Vergüenza, porque los colegios profesionales deben estar con sus colegiados hasta el final.
Vergüenza, porque he recibido duras críticas por defender a ultranza la naturaleza y finalidad de los colegios profesionales.
Vergúenza, porque ésto supone una claudicación ante el poder.
Vergüenza, porque se deja indefensos a unos profesionales de la abogacía.
Vergüenza, porque se toma a la ligera un comportamiento criminal que conculca gravísimamente no sólo el legítimo derecho de defensa consagrado en el artículo 24 de nuestra Carta Magna, sino además la "sagrada" confidencialidad entre cliente y abogado.
Vergüenza, porque con el comportamiento criminal de un "terrorista de la toga" se ha bombardeado la línea de flotación del "sagrado" y legítimo ejercicio de la abogacía.
Por ello, por tal vergüenza, al final no me va a quedar más remedio que dar la razón a tantos y tantos colegas que ponen en tela de juicio la legitimidad, necesidad y eficacia de los colegios profesionales.
¡VERGÜENZA!
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