AQUÍ NO HAY NEUTRALIDAD

AQUÍ NO HAY NEUTRALIDAD

martes, 16 de diciembre de 2008

PERDONEN QUE NO ME LEVANTE



Ante todo, pido sinceras disculpas por parafrasear a mi muy admirado Marx (Groucho, obviamente), pues no ha sido mi intención usar la genial frase que, según dicen, figura en su epitafio funerario, sino más bien, la justa razón por la que, a veces, mi rebeldía me impele a desoír la voz educada de mi conciencia materna, cuando, reiterada y recalcitrantemente, me recordaba que era una falta de educación no levantarse ante la presencia de otro.
Es obvio que en el caso de Groucho los motivos son más que poderosos, razón por la cual, el impedimento lapidario excusa cualquier eventual falta de consideración que se le pudiese achacar.

Dicen, no obstante, que decía un tal Ernestito Guevara que era preferible morir de pie que vivir de rodillas; sin embargo, me temo que el Sr. Guevara presuponía que vivir de pie era mejor que vivir sentado, apoyando quedamente las posaderas, indiferentes al paso de cualquier gato de medio pelo que se cruzase en nuestro ángulo de visión.

Yo, más bien, prefiero y me refiero al ejemplo que, en su día, dio nuestro, hoy, flamante Presidente, Sr. Rodríguez Zapatero, cuando siendo un simple líder de la oposición prefirió dejar apoyado su trasero en la silla que le tocó en suerte que levantarse ante el paso de ésta u otra enseña.

No creo que el motivo del Sr. Rodríguez fuese educativo y, mucho menos, intencionado, pues de todos es sabido que es predilección de aquél usar el trasero también para otros menesteres, sobre todo cuando se comparte mesa y mantel con insignes y conspicuos dirigentes de E.T.A.

Creo, más bien, que la actitud del Sr. Rodríguez es consecuencia de un fenómeno más o menos reciente que nos da a entender que no es necesario levantarse cuando el que se persona ante nuestros ojos es “menos igual” que nosotros.

En definitiva, que lo que pretendió el Sr. Rodríguez fue darnos a entender que la bandera de los EE.UU. es más fea que la nuestra…. incluso un pelín hortera…

Pero claro, todo esto estaría muy bien siempre y cuando aplicásemos la misma norma a todas las situaciones, pues, en tal caso, si tal no fuese el comportamiento, habría que pensar que el Sr. Rodríguez actuó por un mero impulso o, lo que es peor, como consecuencia de su innegable incapacidad intelectual.

Sin entrar, no obstante, en los motivos reales y poderosos que, dada la enorme cantidad de invertidos, nos obliga a los que nos gustan las hembras a evitar cualquier ataque por la retaguardia, lo cierto es que en la vida que pasa por delante de nuestros ojos son escasas las ocasiones que determinan un impulso inconsciente para levantarnos ante la presencia de alguien o de algo.

Sólo los méritos adquiridos, los títulos ganados, deberían servir de parámetro insoslayable para, al menos, fijar un punto de partida sobre el que justificar un mínimo trato respetuoso.

No digo con ello, no se me entienda mal, que la carencia de títulos o méritos sea justificación para infravalorar a nadie, sino que, precisamente, la aptitud que se presupone debe justificar por si misma, y a los hechos me remito, la impetuosa necesidad de alzarse ante la presencia de otro.

Me viene a la memoria un arduo debate televisivo, entre diferentes periodistas de la llamada prensa rosa, en el que se discutía si tal o cual debería ser la reverencia correspondiente ante la nueva y flamante Princesa de Asturias consorte, una tal Doña Letizia (que conste que la zeta no la he puesto de mala lecha, pues tengo entendido que fue el resultado de una genial iniciativa de sus progenitores para que, ya desde la cuna, se distinguiese de las demás mortales de su generación…..y de las venideras).

Lo extraño del caso es que la reverencia, fuese cual fuese, pues en aquélla estaban de acuerdo, era consecuencia, única y exclusivamente, del azaroso hecho de unas nupcias contraídas con un consorte principesco, sin mentar ni reconocerle mérito alguno que, a salvo el hecho objetivo de compartir lecho, pan y urinario, pudiera justificar tal deferencia, sobre todo si tenemos en cuenta el precedente nada honroso de un público y notorio concubinato, previo o posterior, eso ya no lo recuerdo, a un matrimonio poco ortodoxo desde el punto de vista católico.

Yo, que no soy monárquico, no logro, sin embargo, entender cómo es posible que esta muchacha pueda llegar a ser algún día (Dios no lo quiera) reina de España, pues en tal caso la comparación con la vigente reina consorte no resistiría parangón, amén de resultar para ésta una clara ofensa a su personal y real condición.

Por ello, si lo que se ha pretendido y pretende darnos a entender es que da lo mismo ser concubina que decente, que divorciada que soltera, que aristócrata que plebeya, no entiendo, pues, porque tan siquiera hemos de levantarnos ante la presencia de una de inferior categoría.

Obviamente, si he de elegir a la hora de levantarme de mi asiento, entre mi esposa y aquella individua, dado el enorme abismo moral e intelectual que las separa, ciertamente la duda sería una ofensa: mi mujer, sin duda, merece con mucha mayor justificación el calificativo de reina.

Ahora entiendo porque el Rey, dicen, está un poquito disgustado.

Sin entrar en lo que se comenta por ahí y en su, dicen, más que díscola vida sentimental, lo cierto es que, al menos en la búsqueda de esposa, su comportamiento ha sido muy profesional.

Cuestión aparte, pues merecería un extenso capítulo, sería su aptitud como Jefe del Estado que, a salvo una, dicen, dudosa y poco clara intervención un 23 de febrero, nunca ha quedado suficientemente clara.

No resistiría la más mínima comparación mi formación intelectual con la del actual Jefe del Estado, razón por la cual, y para evitar superfluas humillaciones hacia su persona, prefiero no incidir más en la herida.

Pero tal tesitura me obliga a plantearme la duda de hasta qué punto me vería, en conciencia, obligado a levantarme ante su presencia, si tan siquiera me levanto ante la mía cuando me veo reflejado en un espejo.

Si mi condición es resultado de mi esfuerzo, los méritos de aquél nunca resistirían la más mínima comparación, sobre todo siendo hijo político de la dictadura.

Si la genética justificase los títulos y, fundamentalmente, la aptitud, obviamente yo no sería lo que soy, en consecuencia, si tal parámetro es erróneo, nada justifica el trato deferente hacia la figura regia, a salvo un pacto, más o menos, honroso entre ex fascistas y ex comunistas, tal y como queda formalmente reflejado en la, por ahora, vigente Carta Magna.

No amigos, no.

La verdad, la pura verdad, es que pocos o muy poco merecen tan siquiera que me levante, a salvo para pedirles fuego…..bueno, ni tan siquiera para eso, pues ha tiempo que he dejado de fumar.

Por eso, si me dan a elegir entre la frasecita del “Ché” y la de Groucho, sin duda alguna, me quedo con la de éste, pues, al fin y al cabo, su humor es acreedor de una deuda eterna que la Humanidad le debe, no en vano “Una noche en la Ópera” ha sido mucho más fructífera que los crímenes cometidos en Sierra Madre.

No obstante lo anterior, si he de ser sincero, levantarme, levantarme, sólo lo haría para luego arrodillarme….y esto sólo ante Dios.

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