Cuando España languidece bajo la indiferente mirada de unos y de otros, de éstos o de aquéllos, es necesario fijar los puntos sobre las íes y señalar a los auténticos responsables de este dislate, de esta ruina moral, de este Estado sin sentido, de esta furia desatada.
Una triple traición ha determinado el triste devenir de nuestra Patria, cuyo fin, si Dios no lo remedia, es más que previsible.
Las lamentaciones sólo valen para los cobardes, para aquellos que, llegado el momento, no han hecho nada por remediarlo, tal vez porque era más cómodo quedarse sentado, más hábil callar, más fructífero medrar.
Una triple traición, repito, que se ha materializado en tres frentes, porque tres frentes son los que han permitido tal infamia.
1.- LA TRAICIÓN DE LA CLASE DIRIGENTE
Y no me refiero sólo a la clase política, sino a todos aquellos que, antes o después, han determinado, de alguna manera, el devenir de la reciente historia política, social y económica de España.
Desde los que optaron por relegar sus deberes porque, sencillamente, era más cómodo y, por supuesto, social y políticamente correcto, expatriar sus responsabilidades para con España y su pueblo, y prefirieron marcar una “convivencia pacífica”, incluso con aquéllos que, lejos de desearla, con el tiempo, han desvelado su verdadero rostro….hasta aquéllos que se inclinaron ante el poderoso, vendiendo su alma y a sus mejores amigos, por aquél que les daba el mejor porcentaje en la lustrosa tarta de la mezquindad … desde el primero al último, todos son corresponsables ante la Historia de las consecuencias causadas por sus miserias.
Juramentos perjurados.
Amistades traicionadas.
Deberes postergados.
Todo por salir indemne de la quema.
Desde el primero al último, todos han cooperado con los auténticos instigadores del final previsible, por procurado.
Desde el primero al último, todos han sufragado el ansia de irracional destrucción, con tal de llevar un trozo del pastel y un halago del cobarde.
Corrupción, delación, miseria del que, en el fondo, fue un mezquino, aunque se vistiese de lino, aunque banqueteara con sus pares, hijos putativos de la misma rama genealógica.
Por un puñado de monedas, tan sólo treinta, se vendió al Salvador del Mundo, ¿por cuánto no se vendería a España?
Pactar con el diablo con tal de sustituir la gloria de nuestros antepasados por la sordidez de los opulentos, ésos que compran y venden almas al mejor postor, porque muchos prefieren pactar que perder.
Pactar con los destructores de la unidad patria, con tal de conseguir unos míseros apoyos puntuales y efímeros.
Pactar con lo más desgranado de la sociedad, ésos que van de progres por la vida, y lejos de predicar con el ejemplo, se nutren y sacian sus barrigas y vanidades a costa del sufrido contribuyente.
Pactar, incluso, con los hijos de Alá, sean de aquí o de allá, con tal de justificar cualquier cambio de rumbo, aunque aquéllos fuesen cuatro monos sin objetivo.
Y, por último, bajo la apariencia de sacrosanta democracia, gobernar sin contar con la “demos”, pues la tiranía consiste en gobernar para el pueblo, pero teniendo a éste lo más lejos e idiotizado posible.
Y así surge la degeneración de la democracia, la “partidocracia” o, si se prefiere, el arte de secuestrar la voluntad popular…..pero sin que se enteren.
Y así se reparten componendas, prebendas, favores y amores, luces y sombras, que para todos hay, para todos los que se dobleguen y, a ser posible, se inclinen a la espera del sodomita apego del traidor de turno.
Ésta es, y no otra, la realidad política, social y económica de España.
De esta España que yace casi yerma, bajo nuestros pies, mostrando ya la livideces propias de la parca.
Y, como siempre, cuando hay un potencial cadáver, ahí están los buitres, esperando su trozo de carroña, mientras que los demás, como máscaras de un teatro griego, fingimos lo que no somos, lo que, tal vez, no queremos ser.
2.- LA TRAICIÓN DE LOS CUERPOS ARMADOS
Pero aquélla, la primera, no sería posible sin la connivencia, más o menos voluntaria, de aquellos que son fiduciarios de la síntesis gloriosa de los, hasta no ha mucho, garantes de la unidad e independencia de nuestra Nación.
Unos por exceso (equivocado), otros por defecto (cobarde), han permitido que lleguemos al precipicio al que estamos abocados.
Es dignidad y rango del hombre de armas, servir a España sin pedir nada a cambio, pero, asimismo, sin aceptar nada como contraprestación.
Cuando se aceptan falsas ideas de lo que es el Ejército español, cuando se acepta que la misión de un soldado consiste en coparticipar en las farsas de un Sistema, mientras a nuestro alrededor las murallas de hunden y el suelo se abre a nuestros pies, con la sonrisa cómplice de soldaditos oportunistas que, con tal de medrar, son capaces de lamer el trasero al traidor de turno, poco queda de la dignidad y honor, otrora, supuestos y hoy, en su mayoría, desvirtuados.
Cuando, lejos de ser un soldado de España, se convierte uno en sicario de un Sistema, a sueldo del preboste de turno, poco queda ya de un honor y dignidad que, más que por razón de cuna, se alcanzaba por voluntad y por valor.
Hoy que cualquiera puede inclinarse hacia adelante, con tal medrar en la carrera imaginaria, poco o nada se puede esperar de los que truecan el amor por la profesión.
Ese amor incondicional a España sólo lo tienen los que sienten por sus venas la sangre de los inocentes, la sangre de los que un día no tan lejano dieron su vida por la unidad, gloria e independencia de nuestra Patria, ésos que hoy se sentirían traicionados por un puñado de “generalifes” que, tal vez, no lo dudo, sepan mucho de guerras bacteriológicas o escudos antimisiles, pero que han olvidado lo sustancial, lo imponderable, lo incorpóreo, el ánimo, el deseo de servir para un fin mucho más irracional, más alto, que la ficticia palmadita en la espalda, el deseo de entregar todo su amor, incluso hasta la locura, a España.
Abandonar tan noble servicio de amor, convirtiéndose en un mero instrumento político, ajeno a todo lo sustancial que siempre acompañó a la vida castrense, es aceptar que portar un arma sólo sirve para ejercer de guardaespaldas de un traidor.
3.- LA TRAICIÓN DE LA IGLESIA ESPAÑOLA
Pero España fue catapultada al abismo también por los que se decían guardianes de la Fe.
Esa Fe que campeó orgullosa por nuestro suelo, y para cuya salvaguarda cientos de miles de hombres, mujeres y niños dieron incondicionalmente su vida.
Algunos ya felizmente desaparecidos, otros todavía boqueando, fueron los responsables, por acción u omisión, de que la Iglesia Católica Española dejase de ser éso, católica y española, para convertirse en instrumento político de una élite oligárquica y burguesa.
Y no me refiero a los sufridos sacerdotes y seglares que permanentemente están al servicio del hombre de la calle, sino a aquéllos que, lejos de defender y afirmar la Verdad, la moldean según convenga por tiempo y lugar.
Me refiero a aquéllos que matizan cualquier afirmación que, por deber, necesidad y justicia, debe ser clara, inequívoca y categórica, sin que quepa la menor duda de cuál ha de ser el camino que ha de seguirse en todo momento frente al continuo ataque a los valores perennes y, por circunstancia de los tiempos, irreductibles.
Decir no, no es decir no, es reiterar de manera clara e inequívoca que los católicos no podemos comulgar con nada que vaya contra la voluntad de Dios.
La Ley es necesaria, pero cuando la Ley es contraria a la Ley de Dios deviene en prescindible.
No se puede servir a dos señores.
Hoy, necesariamente, se debe ser rebelde.
Pero con una rebeldía militante, díscola, subversiva.
Con una rebeldía que necesariamente guíe el punto de mira de nuestros enemigos, hasta tal punto que, si es menester, caigamos por Amor a la Verdad.
Pero antes de caer, gritar.
Pero antes de morir, no volver a negar lo que, en su día, se negó, cual es que España, como hija predilecta del Altísimo, como instrumento de Evangelización de América, debe seguir siendo Cristiana y Católica, porque de lo contrario, no estaremos hablando de España.
Que la Iglesia Católica Española vuelva al redil, porque sólo entonces volverá a ser Católica y Española.
Una triple traición ha determinado el triste devenir de nuestra Patria, cuyo fin, si Dios no lo remedia, es más que previsible.
Las lamentaciones sólo valen para los cobardes, para aquellos que, llegado el momento, no han hecho nada por remediarlo, tal vez porque era más cómodo quedarse sentado, más hábil callar, más fructífero medrar.
Una triple traición, repito, que se ha materializado en tres frentes, porque tres frentes son los que han permitido tal infamia.
1.- LA TRAICIÓN DE LA CLASE DIRIGENTE
Y no me refiero sólo a la clase política, sino a todos aquellos que, antes o después, han determinado, de alguna manera, el devenir de la reciente historia política, social y económica de España.
Desde los que optaron por relegar sus deberes porque, sencillamente, era más cómodo y, por supuesto, social y políticamente correcto, expatriar sus responsabilidades para con España y su pueblo, y prefirieron marcar una “convivencia pacífica”, incluso con aquéllos que, lejos de desearla, con el tiempo, han desvelado su verdadero rostro….hasta aquéllos que se inclinaron ante el poderoso, vendiendo su alma y a sus mejores amigos, por aquél que les daba el mejor porcentaje en la lustrosa tarta de la mezquindad … desde el primero al último, todos son corresponsables ante la Historia de las consecuencias causadas por sus miserias.
Juramentos perjurados.
Amistades traicionadas.
Deberes postergados.
Todo por salir indemne de la quema.
Desde el primero al último, todos han cooperado con los auténticos instigadores del final previsible, por procurado.
Desde el primero al último, todos han sufragado el ansia de irracional destrucción, con tal de llevar un trozo del pastel y un halago del cobarde.
Corrupción, delación, miseria del que, en el fondo, fue un mezquino, aunque se vistiese de lino, aunque banqueteara con sus pares, hijos putativos de la misma rama genealógica.
Por un puñado de monedas, tan sólo treinta, se vendió al Salvador del Mundo, ¿por cuánto no se vendería a España?
Pactar con el diablo con tal de sustituir la gloria de nuestros antepasados por la sordidez de los opulentos, ésos que compran y venden almas al mejor postor, porque muchos prefieren pactar que perder.
Pactar con los destructores de la unidad patria, con tal de conseguir unos míseros apoyos puntuales y efímeros.
Pactar con lo más desgranado de la sociedad, ésos que van de progres por la vida, y lejos de predicar con el ejemplo, se nutren y sacian sus barrigas y vanidades a costa del sufrido contribuyente.
Pactar, incluso, con los hijos de Alá, sean de aquí o de allá, con tal de justificar cualquier cambio de rumbo, aunque aquéllos fuesen cuatro monos sin objetivo.
Y, por último, bajo la apariencia de sacrosanta democracia, gobernar sin contar con la “demos”, pues la tiranía consiste en gobernar para el pueblo, pero teniendo a éste lo más lejos e idiotizado posible.
Y así surge la degeneración de la democracia, la “partidocracia” o, si se prefiere, el arte de secuestrar la voluntad popular…..pero sin que se enteren.
Y así se reparten componendas, prebendas, favores y amores, luces y sombras, que para todos hay, para todos los que se dobleguen y, a ser posible, se inclinen a la espera del sodomita apego del traidor de turno.
Ésta es, y no otra, la realidad política, social y económica de España.
De esta España que yace casi yerma, bajo nuestros pies, mostrando ya la livideces propias de la parca.
Y, como siempre, cuando hay un potencial cadáver, ahí están los buitres, esperando su trozo de carroña, mientras que los demás, como máscaras de un teatro griego, fingimos lo que no somos, lo que, tal vez, no queremos ser.
2.- LA TRAICIÓN DE LOS CUERPOS ARMADOS
Pero aquélla, la primera, no sería posible sin la connivencia, más o menos voluntaria, de aquellos que son fiduciarios de la síntesis gloriosa de los, hasta no ha mucho, garantes de la unidad e independencia de nuestra Nación.
Unos por exceso (equivocado), otros por defecto (cobarde), han permitido que lleguemos al precipicio al que estamos abocados.
Es dignidad y rango del hombre de armas, servir a España sin pedir nada a cambio, pero, asimismo, sin aceptar nada como contraprestación.
Cuando se aceptan falsas ideas de lo que es el Ejército español, cuando se acepta que la misión de un soldado consiste en coparticipar en las farsas de un Sistema, mientras a nuestro alrededor las murallas de hunden y el suelo se abre a nuestros pies, con la sonrisa cómplice de soldaditos oportunistas que, con tal de medrar, son capaces de lamer el trasero al traidor de turno, poco queda de la dignidad y honor, otrora, supuestos y hoy, en su mayoría, desvirtuados.
Cuando, lejos de ser un soldado de España, se convierte uno en sicario de un Sistema, a sueldo del preboste de turno, poco queda ya de un honor y dignidad que, más que por razón de cuna, se alcanzaba por voluntad y por valor.
Hoy que cualquiera puede inclinarse hacia adelante, con tal medrar en la carrera imaginaria, poco o nada se puede esperar de los que truecan el amor por la profesión.
Ese amor incondicional a España sólo lo tienen los que sienten por sus venas la sangre de los inocentes, la sangre de los que un día no tan lejano dieron su vida por la unidad, gloria e independencia de nuestra Patria, ésos que hoy se sentirían traicionados por un puñado de “generalifes” que, tal vez, no lo dudo, sepan mucho de guerras bacteriológicas o escudos antimisiles, pero que han olvidado lo sustancial, lo imponderable, lo incorpóreo, el ánimo, el deseo de servir para un fin mucho más irracional, más alto, que la ficticia palmadita en la espalda, el deseo de entregar todo su amor, incluso hasta la locura, a España.
Abandonar tan noble servicio de amor, convirtiéndose en un mero instrumento político, ajeno a todo lo sustancial que siempre acompañó a la vida castrense, es aceptar que portar un arma sólo sirve para ejercer de guardaespaldas de un traidor.
3.- LA TRAICIÓN DE LA IGLESIA ESPAÑOLA
Pero España fue catapultada al abismo también por los que se decían guardianes de la Fe.
Esa Fe que campeó orgullosa por nuestro suelo, y para cuya salvaguarda cientos de miles de hombres, mujeres y niños dieron incondicionalmente su vida.
Algunos ya felizmente desaparecidos, otros todavía boqueando, fueron los responsables, por acción u omisión, de que la Iglesia Católica Española dejase de ser éso, católica y española, para convertirse en instrumento político de una élite oligárquica y burguesa.
Y no me refiero a los sufridos sacerdotes y seglares que permanentemente están al servicio del hombre de la calle, sino a aquéllos que, lejos de defender y afirmar la Verdad, la moldean según convenga por tiempo y lugar.
Me refiero a aquéllos que matizan cualquier afirmación que, por deber, necesidad y justicia, debe ser clara, inequívoca y categórica, sin que quepa la menor duda de cuál ha de ser el camino que ha de seguirse en todo momento frente al continuo ataque a los valores perennes y, por circunstancia de los tiempos, irreductibles.
Decir no, no es decir no, es reiterar de manera clara e inequívoca que los católicos no podemos comulgar con nada que vaya contra la voluntad de Dios.
La Ley es necesaria, pero cuando la Ley es contraria a la Ley de Dios deviene en prescindible.
No se puede servir a dos señores.
Hoy, necesariamente, se debe ser rebelde.
Pero con una rebeldía militante, díscola, subversiva.
Con una rebeldía que necesariamente guíe el punto de mira de nuestros enemigos, hasta tal punto que, si es menester, caigamos por Amor a la Verdad.
Pero antes de caer, gritar.
Pero antes de morir, no volver a negar lo que, en su día, se negó, cual es que España, como hija predilecta del Altísimo, como instrumento de Evangelización de América, debe seguir siendo Cristiana y Católica, porque de lo contrario, no estaremos hablando de España.
Que la Iglesia Católica Española vuelva al redil, porque sólo entonces volverá a ser Católica y Española.
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