AQUÍ NO HAY NEUTRALIDAD

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viernes, 20 de junio de 2008

NACIONALISMO Y NACIONALSOCIALISMO: UN ÚNICO DISCURSO






En no pocas ocasiones los, aparentemente, distantes o, incluso, opuestos, adolecen del mismo error, cual es confluir, no sólo en un punto, sino, ciertamente, en varios.
Si observamos los discursos y comportamientos, aparentemente, divergentes de ambos planteamientos, nacionalista y nacionalsocialista, nos daremos cuenta, si tenemos la mente abierta y no cejamos ante los prejuicios, que, tanto en el fondo como en la superficie, ambos se alimentan del mismo germen, de la misma fuente, del mismo mal.
Lo primero que llama la atención de ambos “pensamientos” es que tienen una serie de puntos en común que, además, buscan su justificación mediante un programa propagandístico que tiene similitudes, ciertamente, sorprendentes.

1.- Una tendencia natural al “victimismo”:
Ambos, nacionalismo y nacionalsocialismo, para llamar la atención y luego, más adelante, justificar su causa y cualquier daño colateral, por muy brutal que sea, exhiben la pancarta de la “injusticia”.
Pero, no nos engañemos, no de la injusticia ajena, del sufrimiento de los demás, sino, por el contario, en un tono “muy altruista”, de la injusticia que, supuestamente, sufren los que defienden una “causa justa”; es decir: la suya, claro.
O dicho de otra manera: el motivo y justificación última de ambos movimientos es el egoísmo puro y duro.
Es obvio, pues, que con tal principio poco se puede esperar del resultado final.
Así, lo primero que han de buscar los “pensadores”, los padres del evento, es una víctima, un grupo o entidad, física o jurídica, que, supuestamente, es objeto de ataques y vejaciones por parte de alguien, de todo o, tal vez, de todos.
Para ello, con independencia de la existencia real del sujeto pasivo de cualquier ataque “injusto”, lo cierto es que si no existe se le inventa o, al menos, se le desfigura, pues, al final, el resultado, que es lo que importa, es el mismo.
Para ello, si es necesario, se crea o inventa una idea de grupo, etnia, raza o condición que, en mayor o menor grado, pulula por estas tierras de Dios, pero que, en todo caso, debe converger con la condición de los promotores de la tesis.
Así, nacen conceptos como “raza aria”, “patria de Breogán”, “nación vasca”, “estado (con minúsculas) catalán”, identidad nacional, etc…
La cuestión, en definitiva, es buscar una identidad, real o ficticia, sobre la que sustentar toda una tesis “filosófica” y, sobre todo, una idea de grupo minoritario que es objeto de ataques sistemáticos por no se sabe quién (éste será el segundo paso) y no se sabe cuándo, pero que, a base de repetirlo, algunos o muchos, acabarán por creérselo, que es, al fin y al cabo, de lo que se trata.
Ya sea, pues, sobre la fuente de un mito, ya sobre una supuesta base genética, ya sobre una ambigua justificación histórica, lo cierto es que se va edificando, poco a poco, la idea de que lo inventado puede convertirse, por arte de magia, en verdad, que no, por supuesto, Verdad.
Para ello, es menester crear una camarilla de “filósofos”, “historiadores”, “científicos”, “literatos” y demás “intelectuales” varios, que asienten una “justificación dogmática” que sirva de soporte a toda una ralea de políticos, más o menos formados, que se encargarán de divulgar por los cuatro vientos, y a ser posible con cara de corderitos degollados (en la primera fase, claro), la plena convicción moral o inmoral de que lo que defienden es dogma de fe y que, en consecuencia, lo defenderán con uñas y dientes hasta las últimas consecuencias.
2.- La consecuente y necesaria búsqueda de un enemigo:
Pero, claro, toda víctima necesita un verdugo, porque necesita una justificación de su existencia, por lo que, en caso de no existir, se le inventa o, en cualquier caso, se magnifica su supuesta malignidad.
En este aspecto, la casuística puede ser muy variada: desde una infame raza, aderezada de un aspecto ruin, pasando por un Estado opresor, hasta llegar a culpar a toda una civilización, que puede estar ubicada, ya en la mente risueña y calenturienta del promotor, como en el hemisferio norte, sur, este u oeste.
El caso, en definitiva, es señalar al contrario.
Su iniquidad, en la mayoría de los casos, alcanza cierto grado de “bisoñez”, hasta el punto de inventarse hechos históricos o graves tergiversaciones sobre una base cierta de un hecho histórico concreto, bien, sencillamente, inventándose un héroe que, con categoría de mito, justifica, por si mismo, un trono enfrentado a todo un “imperio opresor”.
La cuestión, en definitiva, es crear una diana sobre la que tirar los dardos, primero, oratorios, que luego ya vendrá el tiempo de la acción directa.
3.- La justificación de una “resistencia”:
Una vez, pues, sentadas las primeras bases, los primeros eslabones que habrán de sustentar la gran mentira, y teniendo ya una víctima y un verdugo, la consecuencia lógica, hasta tal punto que para muchos carece de justificación moral, es la resistencia, primero, pasiva, en un primigenio y corto estadio, para luego fomentar, subvencionar y posibilitar la activa, generalmente configurada como cuerpo armado de resistencia que, entre otros heroicos logros, está diezmar poblaciones infantiles, seniles y civiles.
Y, así, unos justifican la “lucha armada” de organizaciones o grupos terroristas (eufemísticamente denominados “patrióticos”), otros (generalmente los mismos) las alientan, y otros, no menos importantes, las financian.
Por aquello de no caer en la tentación de la perversa propaganda del enemigo, optan por acusar a los “pobres extremistas” de los “desaguisados” o, más eufemísticamente, “errores” de sangre cometidos, aunque excusan la persecución sistemática de aquéllos, para garantizar la permanencia de una fuerza beligerante estable.
Ciertamente, el tiempo de la utilización de las bases juveniles del partido para configurar una “primera línea” beligerante ha pasado, razón por la cual interesa, desde el punto de vista estratégico, salvaguardar el “buen nombre” de la causa, utilizando como “cabezas de turco” a sectores, no se si más extremistas, pero, al menos, menos avocados a la liturgia política.
Y, así, se utiliza la política del doble rasero: por un lado, se condena, más o menos, abiertamente las acciones sangrientas de los “grupos extremistas”, y por otro, se subvenciona las organizaciones, más o menos, ilegales que las sustentan, condenando, sin paliativos, la actitud “obstinada” de un Estado o “enemigo” empeñado extrañamente en perseguir al “patriota”.
4.- La tendencia “natural” al expansionismo y la constitución ulterior de un Estado absoluto y/o despótico:
Con el fin de salvaguardar el límite fronterizo “natural”, una estrategia simple, que ya funcionó allá por los años cuarenta, es forzar la situación, primero de manera reivindicativa, luego a la guisa del dios de la guerra, en el sentido de afirmar que todos los territorios limítrofes concurren en una única circunscripción, siendo, pues, legítima, la extensión de la lucha y, sobre todo, su justificación, al ámbito territorial circundante, garantizando así, por un lado, la distracción del enemigo, por otro, la justificación moral de la lucha, dada la “injusta” reacción de aquél, y, por último, la garantía de la permanencia del germen territorial.
Tal actitud, de dar resultado, garantizará el sustento del futuro “estado (repito, con minúsculas) independiente”, pues le permitirá tener más y mejor acceso a los recursos necesarios, amén de garantizar una mano de obra esclavizada o semi esclavizada que, en un futuro, puede ser necesaria.
Así, la reivindicación de territorios limítrofes que, curiosamente, tienen mayor peso histórico y específico, en base a unos supuestos derechos históricos o territoriales, sería el primer paso a la “normalidad” reivindicativa y ulterior logro definitivo.
Y no nos engañemos, todos los pasos precedentes llevan a la constitución última de un Estado independiente, absoluto y despótico, cuyo primer paso sería la “borregización” o sumisión de la sociedad, mediante la intervención sistemática de los medios políticos, económicos, sociales, culturales e informativos del territorio afectado por parte de la clase oligárquica dirigente.
Se trataría, en un primer estadio, de “culturizar” a la sociedad mediante una acción sistemática y generalizada de política cultural, para, a la postre, aislar a los “díscolos”, preparándolos, de este modo, para la última fase, cual es la práctica sistemática del genocidio.

Para algunos, lo expuesto, puede hacerles sonreir.
Para otros, la mayoría, les traerá sin cuidado.
Pero lo cierto, señores, es que los pasos expuestos, con mayor o menor precisión, son puntos consecutivos de un mismo programa, de un mismo guión, sustentados en un mismo ideal: el del odio a todo lo diferente, justificado, en último término, en una aberración filosófica y moral cual es la creencia, la convicción, de que, aunque, sobre el papel, todos somos iguales, en el fondo, algunos siguen creyendo que son más iguales que otros.
No será por no avisar…..

Francisco Pena

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