Desde hace algunos meses, retumba en nuestros sufridos tímpanos el eco voluntarioso de un término, hasta ahora poco usual, pero que, en su día, muchos años ha, era patrimonio de la vieja escuela política nacional.
La llamada a la “regeneración democrática”, de la cual se ha hecho eco y patria, entre otros, Doña Rosa Díez, se abre, cada día, un hueco en nuestra, a pesar de lo que digan, poco abierta sociedad.
Dicen los entendidos, que de esto, parece ser, saben mucho, que lo que implica tal término, “regeneración”, es la reconquista de aquellos valores y principios que, habiéndose consagrado en la, todavía, vigente Constitución, lo cierto es que nadie se ha parado a releerlos, aunque sí a requerir, insistentemente, su reforma.
En definitiva, se trataría de “reconstituir” el viejo orden constitucional, aunque profundizando en sus raíces democráticas.
Haciendo, no obstante, un análisis muy somero de tal pretensión, no se me escapa que lo que, en el fondo, nos están insinuando, aunque subliminalmente, es que el Estado de Derecho hace aguas por todas partes.
El Estado, en definitiva, ha perdido la justificación de su génesis, al no poder ya alcanzar el fin mismo que lo justifica.
Y en este estado de las cosas, se propone, como dije, un viejo concepto que, tal vez, refleje más una buena intención que un práctico resultado.
Es muy difícil que desde dentro del Sistema, desde el interior de la vorágine, alguien, por muy preclaro que sea o autoproclame, pueda ver o, incluso, diagnosticar el mal y, lo más difícil, pero no menos importante, su solución o tratamiento.
Decía Samuel Johnson que el conocimiento era como el fuego, pues debería ser encendido por algún agente externo, para luego propagarse por él mismo.
Es por ello, que, como dije, es muy difícil que, desde dentro del mismo Sistema, pueda realizarse un análisis, no ya objetivo, sino acertado de la realidad política y social en la que nos encontramos.
Ni se puede, ni se debe, pensar en pequeño.
España tiene un problema, pero, en mayor o menor medida, es el mismo problema que tiene nuestra Civilización, la que unos afirman conocer, y otros, la mayoría, pretenden destruir.
Los que afirman que la conocen, simplemente la falsean, porque definen una civilización que es ajena a lo que en su origen fue concebida.
Y si no la conocen, difícil es que puedan realizar un análisis certero del problema, cuando no su potencial solución.
Si a ello unimos el hecho de que la mayoría de los que la analizan y le otorgan calificativos, en realidad, lo que pretenden es destruirla, al final llegaremos a la eterna conclusión de que el fin, su fin, ya se atisba por el horizonte.
Los que proponen la teoría de la “regeneración”, sin negar su, tal vez, buena intención, ignoran que volver a la génesis del sistema, no resuelve el problema, porque el sistema, en si y por si mismo, es el problema.
Sólo, pues, desde una perspectiva ajena al sistema se puede observar objetivamente el problema y otorgarle la solución conveniente.
El fin, tal es el perseguido por los bien intencionados, como por aquéllos que entienden que esto está avocado a su desaparición, debe ser la búsqueda de la Justicia en sí misma, entendiendo por tal, no sólo un sistema político participativo, sino un sistema económico diferente a los dos precedentes, claramente injustos.
Porque si no conjugamos ambos factores, político y económico, y desde una perspectiva alejada del actual sistema, separadamente nunca podrán obtener éxito alguno, porque, no nos engañemos, ambos son, plenamente complementarios y necesarios.
Si buscáramos un símil, tal vez es el que más se acercaría a lo que pretendo transmitir, es el relativo a la Resurrección.
Para los que somos creyentes, y tenemos algo de idea de teología, existe una sutil, aunque clara diferencia entre la resurrección y la Resurrección.
O dicho de un modo más límpido: mientras que, según los Evangelios, la resurrección de Lázaro fue una vuelta a la vida, a esta vida, por el contrario, la Resurrección de “El Cristo” supuso abrir un horizonte más allá de nuestra realidad.
En definitiva, que traspasó la barrera de lo material para mostrarnos, y tal vez lo más importante, una nueva realidad eterna.
Para los que no sean creyentes, todo esto les puede sonar a chino, pero, tal vez, no llegue a aburrirles tanto si trasladando dicho símil les defino, según mi modesto saber y entender, qué supondría de diferencia entre una propuesta regeneracionista, ciertamente, loable, al menos por su intención, y una propuesta revolucionaria.
La regeneración política pretende reiniciar un camino ya andado, aunque procurando no caer en los mismos errores que nos han llevado a la presente situación política, social y económica.
Ciertamente loable, repito, pero insuficiente.
Es necesario, por el contrario, traspasar los límites de lo políticamente correcto, entendiendo por tal, lo que se supone que dice la Constitución, proponiendo con valentía y sin ningún pudor, una interpretación más certera y “progresista”, entendiendo este último término, no como se entiende vulgarmente hoy en día, sino como un salto hacia un auténtico progreso, libre de cualquier atadura preconcebida o pre constituida.
Se trataría, en definitiva, más que en reformar el texto constitucional, otorgarle un espíritu más libre, de tal forma que cualquier aserto consagrado en nuestra Carta Magna pudiese ser interpretado desde una óptica más positiva y revolucionaria.
Sólo existe un problema.
Sólo se me plantea una duda.
¿Hasta qué punto los que proponen una “regeneración” democrática gozan de un espíritu valiente y osado como para traspasar el umbral de lo políticamente correcto, con el fin de garantizarle al pueblo, a los ciudadanos, una futura y nueva realidad que no necesariamente deba retomar los mismos errores, consecuencia ineludible de los males endémicos de nuestra clase política?.
Si son, somos, capaces de despojarnos de ese lastre, no me cabe la menor duda de que el futuro puede depararnos una nueva, pero ya definitiva y, sobre todo, positiva, Revolución.
Francisco Pena
La llamada a la “regeneración democrática”, de la cual se ha hecho eco y patria, entre otros, Doña Rosa Díez, se abre, cada día, un hueco en nuestra, a pesar de lo que digan, poco abierta sociedad.
Dicen los entendidos, que de esto, parece ser, saben mucho, que lo que implica tal término, “regeneración”, es la reconquista de aquellos valores y principios que, habiéndose consagrado en la, todavía, vigente Constitución, lo cierto es que nadie se ha parado a releerlos, aunque sí a requerir, insistentemente, su reforma.
En definitiva, se trataría de “reconstituir” el viejo orden constitucional, aunque profundizando en sus raíces democráticas.
Haciendo, no obstante, un análisis muy somero de tal pretensión, no se me escapa que lo que, en el fondo, nos están insinuando, aunque subliminalmente, es que el Estado de Derecho hace aguas por todas partes.
El Estado, en definitiva, ha perdido la justificación de su génesis, al no poder ya alcanzar el fin mismo que lo justifica.
Y en este estado de las cosas, se propone, como dije, un viejo concepto que, tal vez, refleje más una buena intención que un práctico resultado.
Es muy difícil que desde dentro del Sistema, desde el interior de la vorágine, alguien, por muy preclaro que sea o autoproclame, pueda ver o, incluso, diagnosticar el mal y, lo más difícil, pero no menos importante, su solución o tratamiento.
Decía Samuel Johnson que el conocimiento era como el fuego, pues debería ser encendido por algún agente externo, para luego propagarse por él mismo.
Es por ello, que, como dije, es muy difícil que, desde dentro del mismo Sistema, pueda realizarse un análisis, no ya objetivo, sino acertado de la realidad política y social en la que nos encontramos.
Ni se puede, ni se debe, pensar en pequeño.
España tiene un problema, pero, en mayor o menor medida, es el mismo problema que tiene nuestra Civilización, la que unos afirman conocer, y otros, la mayoría, pretenden destruir.
Los que afirman que la conocen, simplemente la falsean, porque definen una civilización que es ajena a lo que en su origen fue concebida.
Y si no la conocen, difícil es que puedan realizar un análisis certero del problema, cuando no su potencial solución.
Si a ello unimos el hecho de que la mayoría de los que la analizan y le otorgan calificativos, en realidad, lo que pretenden es destruirla, al final llegaremos a la eterna conclusión de que el fin, su fin, ya se atisba por el horizonte.
Los que proponen la teoría de la “regeneración”, sin negar su, tal vez, buena intención, ignoran que volver a la génesis del sistema, no resuelve el problema, porque el sistema, en si y por si mismo, es el problema.
Sólo, pues, desde una perspectiva ajena al sistema se puede observar objetivamente el problema y otorgarle la solución conveniente.
El fin, tal es el perseguido por los bien intencionados, como por aquéllos que entienden que esto está avocado a su desaparición, debe ser la búsqueda de la Justicia en sí misma, entendiendo por tal, no sólo un sistema político participativo, sino un sistema económico diferente a los dos precedentes, claramente injustos.
Porque si no conjugamos ambos factores, político y económico, y desde una perspectiva alejada del actual sistema, separadamente nunca podrán obtener éxito alguno, porque, no nos engañemos, ambos son, plenamente complementarios y necesarios.
Si buscáramos un símil, tal vez es el que más se acercaría a lo que pretendo transmitir, es el relativo a la Resurrección.
Para los que somos creyentes, y tenemos algo de idea de teología, existe una sutil, aunque clara diferencia entre la resurrección y la Resurrección.
O dicho de un modo más límpido: mientras que, según los Evangelios, la resurrección de Lázaro fue una vuelta a la vida, a esta vida, por el contrario, la Resurrección de “El Cristo” supuso abrir un horizonte más allá de nuestra realidad.
En definitiva, que traspasó la barrera de lo material para mostrarnos, y tal vez lo más importante, una nueva realidad eterna.
Para los que no sean creyentes, todo esto les puede sonar a chino, pero, tal vez, no llegue a aburrirles tanto si trasladando dicho símil les defino, según mi modesto saber y entender, qué supondría de diferencia entre una propuesta regeneracionista, ciertamente, loable, al menos por su intención, y una propuesta revolucionaria.
La regeneración política pretende reiniciar un camino ya andado, aunque procurando no caer en los mismos errores que nos han llevado a la presente situación política, social y económica.
Ciertamente loable, repito, pero insuficiente.
Es necesario, por el contrario, traspasar los límites de lo políticamente correcto, entendiendo por tal, lo que se supone que dice la Constitución, proponiendo con valentía y sin ningún pudor, una interpretación más certera y “progresista”, entendiendo este último término, no como se entiende vulgarmente hoy en día, sino como un salto hacia un auténtico progreso, libre de cualquier atadura preconcebida o pre constituida.
Se trataría, en definitiva, más que en reformar el texto constitucional, otorgarle un espíritu más libre, de tal forma que cualquier aserto consagrado en nuestra Carta Magna pudiese ser interpretado desde una óptica más positiva y revolucionaria.
Sólo existe un problema.
Sólo se me plantea una duda.
¿Hasta qué punto los que proponen una “regeneración” democrática gozan de un espíritu valiente y osado como para traspasar el umbral de lo políticamente correcto, con el fin de garantizarle al pueblo, a los ciudadanos, una futura y nueva realidad que no necesariamente deba retomar los mismos errores, consecuencia ineludible de los males endémicos de nuestra clase política?.
Si son, somos, capaces de despojarnos de ese lastre, no me cabe la menor duda de que el futuro puede depararnos una nueva, pero ya definitiva y, sobre todo, positiva, Revolución.
Francisco Pena
1 comentario:
A diferencia de la mayoría de partidos, unos hace seis años, otros ahora tras su último fracaso, (otros en silencio con Gaspar Hemoal), Rosa Diez va más allá de la simple regeneración, pués por primera vez un político conocido con amplia trayectoria se atreve a poner el dedo en la llaga en los errores implícitos de la actual Constitución, no solo en las formas que contienen su articulado federal, cubista y abstracto, sino en su fondo demagógico y con la mediocridad propia de una oligarquía tiránica que solo quería hacer negocios en Europa. Pués por primera vez desde entonces, un proyecto político pretende como eje fundamental de sus objetivos alcanzar un Estado democrático y cohesionado, no volviendo a andar lo andado, sino recuperando la teoría política original que todos aclamaron pero que pocos siguieron, los pilares mismos de la Democracia, la participación, la división de poderes y el estado de derecho, admitiendo en todo caso que estos objetivos son el camino y no el origen, pués determina la necesidad de "potenciar la integración hacia formas superiores de organización democrática" (artº2-5c).
En definitiva, lo que propone UPyD no es una regeneración imposible, sino una Evolución inevitable.
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