Frente a los racionalistas, a los cuales aborrezco, no porque utilicen la razón, sino, precisamente, porque creen y afirman que así lo hacen, he descubierto que, en realidad, la razón es el parámetro menos exacto, menos puro, que puede servir de referencia para afirmar que algo es bueno o malo, blanco o negro o, simplemente, racional o irracional.
Porque, al fin y al cabo, ¿qué punto de referencia constante nos dibujan los racionalistas para acreditar que, desde aquél, se puede determinar que lo visto, oído u olfateado es ésto o aquéllo?
Analicemos:
El primer error sustancial es el hecho y fundamento mismo racionalista.
Si uno es librepensador, quiere decir que quiere y puede pensar libremente y, en consecuencia, según su criterio, puede llegar a determinadas y concretas conclusiones.
Pero ese criterio que, por arte de un sentimiento narcisista, deviene en crítica racional, en realidad no es más que una apreciación subjetiva de aquél que se considera un genio, en su eterno soliloquio, en muchos casos infundado.
Años y años de pensamiento racional, de librepensamiento, de pensamiento, supuestamente, democrático, y nadie ha caído en la cuenta de que la Revolución Francesa, lejos de ser un acto de liberación popular, lo único que supuso, sin ningún género de dudas, fue la creencia descabellada, incoherente, de que, sesgando cabezas, el “populacho”, como decían antes, el pueblo, como se dice ahora, alcanzaría el grado de liberación política, social y económica que, a la postre, sólo gozarían aquellos que la promovieron, pero que, en ningún caso, se atrevieron a salir a las calles…..por aquello de, emulando a un tal Pilatos, no mancharse las manos de sangre….ya sea inocente o no tanto.
Ante tal tesitura, y como por arte de una deducción filosófico-conceptual-hegeliana, surge un individuo que afirma, dada la palmaria realidad social y económica imperante, que sólo podía calificarse de fracaso, aunque, curiosamente, el que ahora voy a mentar, nunca tuvo la valentía de personificar en sus hermanos de “fraternidad”, que la historia es un constante devenir económico y que el individuo, el ser humano, más que protagonista de la misma, es el resultado de un proceso autodestructivo provocado por una minoría privilegiada frente a una inmensa mayoría de desposeídos.
El hecho objetivo, la explotación en masa, la minoría selecta de privilegiados, más que el resultado de una deducción lógica, en realidad era una realidad tan evidente que, hasta un idiota como Carlos Marx, no tuvo más remedio que afirmar.
Pero, claro, el problema radicaba en qué solución otorgar a semejante desaguisado que fue provocado, por cierto, por sus propios “correligionarios” y amigos, aunque, eso sí, algunos recién convertidos a lo que, pomposamente, se autodenominó socialismo.
Pero, ¿en qué consistía, exactamente, eso del socialismo?
Pues ni más ni menos que en una supuesta alteración, revolución llamaban ellos, del orden establecido, que otorgaría preeminencia a la inmensa masa de desposeídos frente a una minoría de privilegiados.
Dicho así, obviamente, resultaba hasta justo, el problema surgía cuando, una vez se alcanzaba la supuesta inversión de la tortilla, entonces, ¿qué?
La teoría de la “lucha de clases”, como se vio, no servía ya de justificación, luego no quedaba más remedio que crear un estatus político-administrativo como garante de una estabilidad económico-social.
Y así nace el Estado Socialista, que, más o menos, consistiría, más bien menos que más, en garantizar que el capital, lejos de estar en manos de unos pocos, pertenecería a todos…..claro que, a través del Estado.
O dicho de otro modo: El capital, lejos de ser un mero instrumento de producción, asumiría, al igual que en el capitalismo, el grado de protagonista, pero no necesariamente porque fuese un elemento relevante, que lo es, sino porque el titular deja de ser una persona física o jurídica mercantil para alcanzar el grado de entidad orgánico-administrativa que, por encima del bien y del mal, “tutelará” la vida de sus ciudadanos.
Al eliminarse, por decreto, la existencia de Dios, y siendo el capitalista objetivo derrotado, el Estado, como único dios verdadero, alcanza ya el grado de adoración incondicional, no en vano es el que, al menos teóricamente, garantizará el pan y el sustento.
Pero los nuevos racionalistas se olvidan que, pese a quién pese, y a pesar de la razón y sus supuestas buenas intenciones, la naturaleza humana deja mucho que desear y, si tal es la circunstancia, y teniendo en cuenta que Dios, por decreto, ya no existe, cualquier medida que erradique cierta tendencia al liberalismo burgués o, tal vez, a respirar fuera de onda, justifica, por si mismo, el hecho objetivo, y racional, pues, de la masacre, escalonada, eso sí, de unos, aproximadamente, cincuenta millones de individuos, hijos del Estado Soviético, pero, parece ser, genéticamente incompatibles con el nuevo dios, Mr. Stalin.
Y como la jugada resultó fructífera, pues a repetirla a lo largo y ancho del entorno de influencia, así Rumanía, Albania, Checoeslovaquia, Hungría…..que, con la ayuda del todopoderoso maestro, auxiliado, eso sí, por sus avanzados y avezados estudiantes y cachorros, tales como un tal Santiago Carrillo Solares, practicaron el tiro al blanco desde la ventana presidencial del palacio de invierno de un tal, por ejemplo, Mr. Chauchescu.
Y, así, por arte de magia, el librepensamiento se convierte en libertad de acción, en el sentido estalinista del término, se entiende, y, emulando a su eterno enemigo, pero no por ello menos admirado, Adolfito Hitler, crean un “gulag” en medio de la vieja Europa, aunque, eso sí, sin crematorios…..no vaya a derretirse el hielo.
En definitiva, que si echamos un vistazo a la reciente historia de la Humanidad, poco o nada de convincente tiene el resultado de la tesis librepensadora o racionalista.
Pero, en fin, parece ser que eso es lo que hay….o, al menos, eso dicen.
Lo extraño del caso es que, siendo todo tan simple, tan evidente, tan lógico, hoy, después de miles de años, aún sigamos creyendo en la pureza de la razón.
Yo sería partidario de aceptar tal axioma, siempre y cuando me presentasen a un individuo que tuviere sus facultades imperturbables y que gozase de un halo de verdad que justificase, por si mismo, la regla, comúnmente, excepcionada.
O dicho de otra manera: Si se presupone que todos somos seres racionales, seres, por lo tanto, autodefinibles, autogobernables y autodisciplinados, ¿qué sentido tiene la injusticia social y las sucesivas propuestas resolutivas frente a la misma?
O lo que es peor: ¿en qué o quién se puede confiar para garantizar el triunfo definitivo de la Verdad, con mayúsculas?
Si el librepensamiento nos impele a todos a valorar lo justo y lo injusto, lo cierto o incierto, en definitiva, la relatividad de la verdad, ¿qué sentido tiene aceptar unas reglas de juego que, en el fondo, sólo son el resultado de las circunstancias del momento o el fruto de una noche de insomnio, en el mejor de los casos?
Me temo, muy a mi pesar, y, seguro, al pesar de muchos otros, que la razón, lo que se dice la razón, es, precisamente, el criterio menos racional, menos acertado, que se puede argumentar como punto de partida.
Si el logro más sibilino del imperio de la razón es la afirmación de que todo es relativo, me temo, señores, que han perdido el tiempo, pues tal afirmación, en si misma, encierra una verdad incuestionable: que la razón es tan relativa como la misma propuesta racional de su supremacía.
O dicho de otra manera: que no tienen razón.
Así, pues, si todo es relativo, nada es, pues, cierto, y si nada es cierto, nada es Verdad.
Por lo tanto, lo que hoy nos seduce es, ciertamente, mentira, pura y sencillamente, porque mañana, casi seguro, no será verdad.
Y dicho lo anterior, sólo nos queda una conclusión y es que, por mucho que se empeñen, tanto unos como otros, tanto otros como unos, lo cierto es que, después de tantos siglos, no me han llegado a convencer de que lo bueno es malo o de que lo malo es bueno, a salvo porque me interese que así lo sea; es decir: según nos convenga, con lo que al final podremos afirmar, sin ningún género de dudas, que todos, tanto unos como otros, tanto otros como unos, mienten.
Y si mienten, ¿para qué han muerto tantos seres humanos?
La verdad, la pura Verdad, es que han muerto por una Gran Mentira.
Francisco Pena
Porque, al fin y al cabo, ¿qué punto de referencia constante nos dibujan los racionalistas para acreditar que, desde aquél, se puede determinar que lo visto, oído u olfateado es ésto o aquéllo?
Analicemos:
El primer error sustancial es el hecho y fundamento mismo racionalista.
Si uno es librepensador, quiere decir que quiere y puede pensar libremente y, en consecuencia, según su criterio, puede llegar a determinadas y concretas conclusiones.
Pero ese criterio que, por arte de un sentimiento narcisista, deviene en crítica racional, en realidad no es más que una apreciación subjetiva de aquél que se considera un genio, en su eterno soliloquio, en muchos casos infundado.
Años y años de pensamiento racional, de librepensamiento, de pensamiento, supuestamente, democrático, y nadie ha caído en la cuenta de que la Revolución Francesa, lejos de ser un acto de liberación popular, lo único que supuso, sin ningún género de dudas, fue la creencia descabellada, incoherente, de que, sesgando cabezas, el “populacho”, como decían antes, el pueblo, como se dice ahora, alcanzaría el grado de liberación política, social y económica que, a la postre, sólo gozarían aquellos que la promovieron, pero que, en ningún caso, se atrevieron a salir a las calles…..por aquello de, emulando a un tal Pilatos, no mancharse las manos de sangre….ya sea inocente o no tanto.
Ante tal tesitura, y como por arte de una deducción filosófico-conceptual-hegeliana, surge un individuo que afirma, dada la palmaria realidad social y económica imperante, que sólo podía calificarse de fracaso, aunque, curiosamente, el que ahora voy a mentar, nunca tuvo la valentía de personificar en sus hermanos de “fraternidad”, que la historia es un constante devenir económico y que el individuo, el ser humano, más que protagonista de la misma, es el resultado de un proceso autodestructivo provocado por una minoría privilegiada frente a una inmensa mayoría de desposeídos.
El hecho objetivo, la explotación en masa, la minoría selecta de privilegiados, más que el resultado de una deducción lógica, en realidad era una realidad tan evidente que, hasta un idiota como Carlos Marx, no tuvo más remedio que afirmar.
Pero, claro, el problema radicaba en qué solución otorgar a semejante desaguisado que fue provocado, por cierto, por sus propios “correligionarios” y amigos, aunque, eso sí, algunos recién convertidos a lo que, pomposamente, se autodenominó socialismo.
Pero, ¿en qué consistía, exactamente, eso del socialismo?
Pues ni más ni menos que en una supuesta alteración, revolución llamaban ellos, del orden establecido, que otorgaría preeminencia a la inmensa masa de desposeídos frente a una minoría de privilegiados.
Dicho así, obviamente, resultaba hasta justo, el problema surgía cuando, una vez se alcanzaba la supuesta inversión de la tortilla, entonces, ¿qué?
La teoría de la “lucha de clases”, como se vio, no servía ya de justificación, luego no quedaba más remedio que crear un estatus político-administrativo como garante de una estabilidad económico-social.
Y así nace el Estado Socialista, que, más o menos, consistiría, más bien menos que más, en garantizar que el capital, lejos de estar en manos de unos pocos, pertenecería a todos…..claro que, a través del Estado.
O dicho de otro modo: El capital, lejos de ser un mero instrumento de producción, asumiría, al igual que en el capitalismo, el grado de protagonista, pero no necesariamente porque fuese un elemento relevante, que lo es, sino porque el titular deja de ser una persona física o jurídica mercantil para alcanzar el grado de entidad orgánico-administrativa que, por encima del bien y del mal, “tutelará” la vida de sus ciudadanos.
Al eliminarse, por decreto, la existencia de Dios, y siendo el capitalista objetivo derrotado, el Estado, como único dios verdadero, alcanza ya el grado de adoración incondicional, no en vano es el que, al menos teóricamente, garantizará el pan y el sustento.
Pero los nuevos racionalistas se olvidan que, pese a quién pese, y a pesar de la razón y sus supuestas buenas intenciones, la naturaleza humana deja mucho que desear y, si tal es la circunstancia, y teniendo en cuenta que Dios, por decreto, ya no existe, cualquier medida que erradique cierta tendencia al liberalismo burgués o, tal vez, a respirar fuera de onda, justifica, por si mismo, el hecho objetivo, y racional, pues, de la masacre, escalonada, eso sí, de unos, aproximadamente, cincuenta millones de individuos, hijos del Estado Soviético, pero, parece ser, genéticamente incompatibles con el nuevo dios, Mr. Stalin.
Y como la jugada resultó fructífera, pues a repetirla a lo largo y ancho del entorno de influencia, así Rumanía, Albania, Checoeslovaquia, Hungría…..que, con la ayuda del todopoderoso maestro, auxiliado, eso sí, por sus avanzados y avezados estudiantes y cachorros, tales como un tal Santiago Carrillo Solares, practicaron el tiro al blanco desde la ventana presidencial del palacio de invierno de un tal, por ejemplo, Mr. Chauchescu.
Y, así, por arte de magia, el librepensamiento se convierte en libertad de acción, en el sentido estalinista del término, se entiende, y, emulando a su eterno enemigo, pero no por ello menos admirado, Adolfito Hitler, crean un “gulag” en medio de la vieja Europa, aunque, eso sí, sin crematorios…..no vaya a derretirse el hielo.
En definitiva, que si echamos un vistazo a la reciente historia de la Humanidad, poco o nada de convincente tiene el resultado de la tesis librepensadora o racionalista.
Pero, en fin, parece ser que eso es lo que hay….o, al menos, eso dicen.
Lo extraño del caso es que, siendo todo tan simple, tan evidente, tan lógico, hoy, después de miles de años, aún sigamos creyendo en la pureza de la razón.
Yo sería partidario de aceptar tal axioma, siempre y cuando me presentasen a un individuo que tuviere sus facultades imperturbables y que gozase de un halo de verdad que justificase, por si mismo, la regla, comúnmente, excepcionada.
O dicho de otra manera: Si se presupone que todos somos seres racionales, seres, por lo tanto, autodefinibles, autogobernables y autodisciplinados, ¿qué sentido tiene la injusticia social y las sucesivas propuestas resolutivas frente a la misma?
O lo que es peor: ¿en qué o quién se puede confiar para garantizar el triunfo definitivo de la Verdad, con mayúsculas?
Si el librepensamiento nos impele a todos a valorar lo justo y lo injusto, lo cierto o incierto, en definitiva, la relatividad de la verdad, ¿qué sentido tiene aceptar unas reglas de juego que, en el fondo, sólo son el resultado de las circunstancias del momento o el fruto de una noche de insomnio, en el mejor de los casos?
Me temo, muy a mi pesar, y, seguro, al pesar de muchos otros, que la razón, lo que se dice la razón, es, precisamente, el criterio menos racional, menos acertado, que se puede argumentar como punto de partida.
Si el logro más sibilino del imperio de la razón es la afirmación de que todo es relativo, me temo, señores, que han perdido el tiempo, pues tal afirmación, en si misma, encierra una verdad incuestionable: que la razón es tan relativa como la misma propuesta racional de su supremacía.
O dicho de otra manera: que no tienen razón.
Así, pues, si todo es relativo, nada es, pues, cierto, y si nada es cierto, nada es Verdad.
Por lo tanto, lo que hoy nos seduce es, ciertamente, mentira, pura y sencillamente, porque mañana, casi seguro, no será verdad.
Y dicho lo anterior, sólo nos queda una conclusión y es que, por mucho que se empeñen, tanto unos como otros, tanto otros como unos, lo cierto es que, después de tantos siglos, no me han llegado a convencer de que lo bueno es malo o de que lo malo es bueno, a salvo porque me interese que así lo sea; es decir: según nos convenga, con lo que al final podremos afirmar, sin ningún género de dudas, que todos, tanto unos como otros, tanto otros como unos, mienten.
Y si mienten, ¿para qué han muerto tantos seres humanos?
La verdad, la pura Verdad, es que han muerto por una Gran Mentira.
Francisco Pena
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