Don Francisco Caamaño, otrora ilustre estudiante de la Facultad de Derecho de la Universidad de Santiago de Compostela y al cual tuve la suerte de conocer personalmente, ha sufrido una transformación ética, que no estética, significativa.
Aún recuerdo (no se si él también) nuestras tertulias en las que se evidenciaba nuestra disparidad de criterios, no así nuestra exquisita educación y respeto, no en vano, por aquel entonces, el, hoy, Sr. Ministro era un troskista convencido.
Hoy que el coche oficial y el sueldo tienen mayor peso específico, parece ser que nuestro flamante ministro se olvida que los padres que, por convicción, llevamos a nuestros hijos a uno colegio público no somos menos ciudadanos que los que prefieren llevarlos a un colegio privado o concertado.
Me permito recordarle, porque creo que es menester, que lo público no es sinómino de laico, aunque tal vez usted lo crea así, quizá por su reciente afiliación francmasónica.
Asimismo, otrora estimado compañero, me permito significarle que la propia Constitución, ésa que usted no ha mucho combatía, en su artículo 27 reconoce el derecho inalienable de los progenitores a procurar a sus hijos la formación moral y religiosa que estimen adecuada conforme a sus convicciones.
Obviamente, si lo que se pretende, como así parece ser, es erradicar cualquier referencia simbólica o formativa de los centros públicos de enseñanza, la única, por ahora, alternativa que nos quedará a los padres que, como yo, estamos a favor de una enseñanza pública, que no laica, es pura y llanamente dejar de pagar nuestros impuestos pues, al fin y al cabo, no recibimos la contraprestación que consideramos de justicia.
De todos modos, otrora estimado compañero, que no colega, recuerde que la Verdad siempre triunfa y que al final, tanto ayer como hoy, los malos, es decir "los hijos de la viuda", acabarán bajo dos metros de tierra.....
Y, por si no se acuerda, me permito despedirme de usted con un glorioso saludo que, al menos en parte, usted recordará:
¡SALUD Y REPÚBLICA.....SINDICAL!
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