AQUÍ NO HAY NEUTRALIDAD

AQUÍ NO HAY NEUTRALIDAD

martes, 11 de agosto de 2009

CARTA ABIERTA A LOS TRABAJADORES DE ESPAÑA



Permitidme que inicie esta misiva con el eco de las palabras escritas por José Antonio: “… El movimiento Nacionalsindicalista está seguro de haber encontrado una salida justa: ni capitalista ni comunista. Frente a la economía burguesa individualista se alzó la socialista, que atribuía los beneficios de la producción al Estado, esclavizando al individuo. Ni una ni otra han resuelto la tragedia del productor. Contra ella levantamos la sindicalista, que ni absorbe en el Estado la personalidad individual, ni convierte al trabajador en una pieza deshumanizada del mecanismo de la producción burguesa. Esta solución nacionalsindicalista ha de producir las consecuencias más fecundas. Acabará de una vez con los intermediarios políticos y los parásitos. Aliviará a la producción de las cargas con que la abruma el capital financiero. Superará su anarquía, ordenándola. Impedirá la especulación con los productos, asegurando un precio remunerador. Y, sobre todo, asignará la plus valía, no al capitalista, no al Estado, sino al productor encuadrado en sus sindicatos. Y esta organización económica hará imposible el espectáculo irritante del paro, de las casas infectas y de la miseria …”. (“Arriba”, número 20, 21 de noviembre de 1.935).
Así, hubo un tiempo en el que la “lucha de clases” fue un referente, no se si cierto o no, de la lucha por la libertad.
Hubo un tiempo en el que las denominadas “fuerzas obreras” promovieron la remoción de los cimientos de los que se llamó sistemas caducos y retrógrados.
Hubo un tiempo, en fin, en el que la “lucha de clases” se erigió en el programa central de los movimientos político-económicos que pretendían la revolución frente al orden establecido.
Sin embargo, tal referente, lejos de distinguirse como una auténtica revolución se materializó en la mera sustitución del viejo y caduco sistema económico burgués por otro, aparentemente, revolucionario y que, sin embargo, adolecería de los mismos defectos que el, pretendidamente, sustituido.
Así, frente a la tesis económico-burguesa surgió la marxista que supondría para muchos una nueva concepción del individuo, de la economía, de la sociedad y del Estado.
Pero, al final, la realidad determinó que la “explotación obrera” siguió siendo protagonista, debido, fundamentalmente, a que el cambio operado se limitó, en base a un error de concepto, a cambiar de mano.
El trabajador continuó, así, siendo un mero agente productivo, un mero asalariado, en manos de otro patrón.
En definitiva: si antes la propiedad de los medios de producción caía en manos del empresario, el marxismo trajo consigo la asunción del mismo rol acaparador y explotador por parte del Estado.
Con la supuesta caída de los sistemas marxistas, los “sindicatos de clase” optan por “adaptarse” al nuevo orden económico (que viene a ser el mismo que un siglo atrás, sólo que con otro rostro), convirtiéndose, en realidad, en meros “agentes sociales” que se limita a reivindicar condiciones laborales, a veces acertadas, aunque, en modo alguno, alcanzan el grado de auténtica propuesta y/o reinvindicación revolucionaria.
Y, no nos engañemos, la razón estriba, fundamentalmente, en que tanto el titular del capital como los “sindicatos de clase” se encuentran muy cómodos en sus respectivos roles.
Se trata, en definitiva, de un proceso simbiótico en el que, por definición, tanto uno como otros, sacan beneficio de su vida en común.
La “concertación social”, que más que concertación es una pura connivencia frente o, mejor dicho, contra el trabajador, supone, en realidad, la “solución” dada por el actual sistema económico, con la traidora cooperación de los “sindicatos de clase”, para garantizar su permanencia y la tranquilidad, en definitiva, de las conciencias, llamémosles, “revolucionarias”.
Así, el círculo se cierra.
Así se tranquilizan las conciencias.
Así, en fin, todo queda “atado y bien atado”.
Hoy, ciertamente, no se puede negar, se reconocen ciertos derechos laborales.
Los trabajadores pueden alcanzar, así, cierto, llamémosle, “control” de la empresa, aunque, eso sí, sin llegar a ser auténticos protagonistas de la misma, en definitiva, dueños de su propio destino.
Se sigue, pues, considerando al trabajador como un mero agente productor, en su condición de “asalariado”, el cual se limita a percibir una retribución, más o menos, justa, por el hecho de deponer, con mayor o menor sacrificio, su actividad laboral.
Aunque, si bien se reconocen ciertos derechos individuales y colectivos, no obstante, tales derechos se diluyen en la realidad económica del sistema, evidenciando con ello la más absoluta sumisión de los llamados “sindicatos de clase” al vigente sistema económico y, además, a las directrices que marcan los grupos u organizaciones políticas en las que se encuadran y, en definitiva, a las que sirven.
Si embargo, tal reconocimiento de derechos no suponen, en realidad, más que un parche al sistema, que, en el fondo, es originado por el propio sistema, como resultado del, expreso o tácito, traidor acuerdo existente entre el titular del capital y sus borregos sindicalistas.
Hoy, el capital, lejos de erigirse como un mero instrumento del proceso productivo, ha sido “consagrado” como la “natural” condición que ostentan ciertos individuos o, en su caso, entidades jurídicas, que, en todo caso, tienen, en exclusividad, las riendas de la producción y de la contratación, y, por ende, de la vida del trabajador y sus familias.
El producto, como resultado necesario de la actividad productiva, y que por derecho natural le pertenece al trabajador, le es “expoliado” a éste, derivando, todo ello, en un fenómeno de alienación productiva que le condena a participar como un mero factor o elemento más del proceso productivo, y que, en la mayoría de los casos, se “conforma” (porque, obviamente, no le queda más remedio) con una contraprestación o salario más bien escaso.
Y tal fenómeno de “alienación” productiva es complementado muy inteligentemente por el sistema vigente, con la “creación” de “necesidades” que derivan, en la vida ordinaria del trabajador y su familia, en la configuración de una realidad “virtual” de prosperidad económica que supone, de hecho, una hipoteca vital de la economía familiar.
O dicho con otras palabras: el trabajador deviene en esclavo, moderno, eso sí, del sistema.
Nuestra propuesta al sistema actual es, ciertamente, una propuesta alternativa, pero, en ningún caso, reconciliable con aquél.
Nos repelemos, pues, como polos opuestos.
Ni para el sistema, ni para nosotros, es admisible una solución consensuada.
Necesariamente, nuestra propuesta exige, previamente, romper las cadenas y, en consecuencia, el círculo vicioso y cerrado que se cierne sobre el trabajador, para, en definitiva, conquistar una auténtica liberación personal y económica de éste.
La dignificación del trabajo que proponemos, exige que el trabajador se erija en auténtico protagonista del proceso productivo, con el fin de alcanzar el pleno dominio sobre su propio destino.
Se trata, en definitiva, que el productor deje su condición de asalariado para llegar a ser dueño y exclusivo protagonista de la empresa, sustituyendo, en definitiva, el concepto de retribución laboral, hasta ahora, existente, por el de “satisfacción” personal y económica que debe surgir, necesariamente, del resultado de la deposición de la actividad laboral.
Es necesario, pues, destruir la obsoleta concepción productiva que tanto el liberalismo como el marxismo han mantenido a lo largo de los últimos decenios.
Sólo, pues, una revolucionaria concepción de la empresa y de la producción puede constituirse como única, cierta y eficaz alternativa al ya caduco sistema vigente.
Se puede concluir, en definitiva, que nuestra propuesta se fundamenta en cuatro grandes pilares:
1.- Dignidad y protagonismo productivo.
El mero concepto de “asalariado” ya es, por si, un síntoma evidente de lo que representa: una desafectación del natural papel protagonista que le corresponde al trabajador en el proceso productivo.
Así, el trabajador, como auténtico dueño y señor de la actividad productiva, como actividad esencialmente humana, debe ser considerado como el centro de la misma y, por ende, de la empresa.
En consecuencia, necesariamente, toda la estructura empresarial debe girar alrededor del productor.
Y la única alternativa cierta para la conquista de tal dignificación es que el productor se erija en dueño y señor del proceso productivo.
Ello, necesariamente, exige que se establezca como presupuestos insoslayables la identidad sustancial de todos y cada uno de los actuantes en el proceso productivo, sin perjuicio, obviamente, de la función, más o menos cualificada, que ostente cada individuo; el control de todo el proceso productivo, evitándose así que cualquier agente extraño, no productivo, meramente especulativo, contamine la actividad laboral; ello, obviamente, trae consigo la responsabilidad del productor en el proceso.

2.- Estructura sindical.
Para ello hay que desterrar el viejo axioma del “sindicalismo de clase”.
Como dije anteriormente, tal concepto sindical nace como consecuencia de un sistema económico injusto, pero, al mismo tiempo, vive a su costa.
O dicho con otras palabras: se autoalimenta del concepto mismo de “injusticia social”.
Se trata, por el contrario, que el productor se integre “naturalmente” en una estructura sindical que sea, al mismo tiempo, uno de los ejes fundamentales de la estructura económica y social.
3.- Justo valor al capital como mero instrumento de producción.
Al capital se le debe otorgar el valor que, realmente, debe tener.
Obviamente, el capital es un factor determinante, aunque no exclusivo, pero no debe tener más protagonismo que el fin que debe perseguir, cual es la financiación de la actividad productiva y, en todo caso, en beneficio de la empresa y, por ende, del trabajador.

4.- Justa y equitativa redistribución de la plusvalía.
Como consecuencia o corolario de lo expuesto, la plusvalía debe revertir, al trabajador, a través del sindicato, y ello, como consecuencia necesaria y legítima de la deposición de su actividad productiva.
El excedente, debe revertir en la financiación de la empresa.
Francisco Pena

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Cualquier organización debe ser libre y voluntaria.

Francisco Pena dijo...

Efectivamente.
Por ello, el actual Sistema fascista impide que los trabajadores se autoorganicen para la conquista de la auténtica Justicia Social.
Hay, en consecuencia, que erradicar cualquier obstáculo que impida la autogestión productiva, fin último al que ha de ir encaminada la revolución obrera.

La auténtica revolución es la plena autogestión productiva, ajena a la alienación productiva que promueve tanto el sistema capitalista como el marxista, no en vano ambos son el anverso y reverso de la misma moneda.

Deolavide dijo...

Totalmente de acuerdo, Francisco.

Por otro lado, al hilo del comentario de snake, ni la libertad ni la voluntad son ilimitadas ni incondicionadas. Ni la una ni la otra pueden ser coartada que legitime el expolio de lo ajeno ni el dominio injusto de unos hombres sobre otros.