Existen individuos que, ante su palmaria incapacidad, sólo entienden que la réplica se escribe con sangre.
Cuando un 20 de noviembre de 1.936 unos simples peones-matarifes ejecutaron la voz de su amo, aquél que no se atreve, como hoy, a dar la cara, no se limitaban a acabar con la sagrada vida de un hombre, sino, y fundamentalmente, con su voz.
Una voz que durante más bien pocos años exasperó a la burguesía reinante, por no hablar de los supuestos caudillos de las clases populares.
Ni unos ni otros sabían qué responder…..como ahora.
Ni éstos ni aquéllos tenían suficiente juicio y capacidad para rebatir, aunque fuese a la luz de un candil, delante de una taza de café, el más mínimo argumento en contrario.
Más fácil era apretar el gatillo….y más aún, la cobarde orden dada desde la retaguardia.
Pero esta clase de hombres, que son capaces de embarcar a una Nación al borde del abismo y que, ¡oh casualidad!, a pesar de su ineptitud, tienen la tremenda habilidad para escapar de la quema, son, precisamente, los que al final, mejor dicho, casi al final, salen triunfantes.
Nadie se acuerda, salvo unos pocos, de la infamia de aquel 20 de noviembre que, poco tiempo atrás, se predijo con la muerte de un joven llamado Matías Montero, a manos de asesinos del PSOE, y cuyo único crimen fue repartir un humilde boletín propagandístico.
Así, no molestaban, como ahora, los hombres, sino las ideas y, sobre todo, las voces.
Porque el peligro no radica en un trozo de carne, sino en el alma que la sustenta, en la voz que la anuncia, en el espíritu que la alimenta.
La fórmula es, pues, bien sencilla.
Todo consiste en hacer callar al mensajero.
Si España no se menta, España no existe.
Si la injusticia no se ve, ¿quién la recuerda?
Pero nosotros, los que no sabemos ni podemos callar, aún tenemos la voz, aún tenemos la palabra.
Aprovechemos mientras podamos, porque, en breve tiempo, seguro, aquéllos, los mismos que los de ahora, los de aquí y los de allá, los hijos putativos del Sistema, no tendrán más remedio que acallarnos.
¡Pobre pueblo español!
¡Nunca escarmentarás!
A pesar de haber visto la sangre de nuestros hermanos derramadas por las calles de España, a pesar de ello, volvemos a jugar con el pasado, con el presente, con el futuro.
Me gustaría saber ponerme una venda en los ojos para no ver lo que se avecina, para no ver a nuestros hijos suplicarnos un mendrugo de pan…para no ver nuestras viviendas en manos del Capital….para no ver vacuos nuestros puestos de trabajo….
Pero, me temo, que llego tarde.
Se que el principio del fin ya ha comenzado.
Se que pronto vendrán las lamentaciones.
Se que de poco vale alzar nuestra voz si, al final, vais a seguir haciendo oídos sordos a la realidad que es y se avecina.
Tal vez sea necesario que llegue para, con el sufrimiento, retornar a una nítida visión de la realidad y de su solución.
Mientras tanto, no cejaremos en molestar con nuestras palabras, con nuestros gestos, con nuestras lenguas….hasta llegar el día en que con un tiro de gracia nos quiten la vida.
Sólo espero que, al menos, uno de los nuestros, de los que aún creen en mundo mejor, quede en pie para continuar la lucha.
A José Antonio Primo de Rivera, vilmente asesinado por los que, más que razonar, sólo saben odiar.
Cuando un 20 de noviembre de 1.936 unos simples peones-matarifes ejecutaron la voz de su amo, aquél que no se atreve, como hoy, a dar la cara, no se limitaban a acabar con la sagrada vida de un hombre, sino, y fundamentalmente, con su voz.
Una voz que durante más bien pocos años exasperó a la burguesía reinante, por no hablar de los supuestos caudillos de las clases populares.
Ni unos ni otros sabían qué responder…..como ahora.
Ni éstos ni aquéllos tenían suficiente juicio y capacidad para rebatir, aunque fuese a la luz de un candil, delante de una taza de café, el más mínimo argumento en contrario.
Más fácil era apretar el gatillo….y más aún, la cobarde orden dada desde la retaguardia.
Pero esta clase de hombres, que son capaces de embarcar a una Nación al borde del abismo y que, ¡oh casualidad!, a pesar de su ineptitud, tienen la tremenda habilidad para escapar de la quema, son, precisamente, los que al final, mejor dicho, casi al final, salen triunfantes.
Nadie se acuerda, salvo unos pocos, de la infamia de aquel 20 de noviembre que, poco tiempo atrás, se predijo con la muerte de un joven llamado Matías Montero, a manos de asesinos del PSOE, y cuyo único crimen fue repartir un humilde boletín propagandístico.
Así, no molestaban, como ahora, los hombres, sino las ideas y, sobre todo, las voces.
Porque el peligro no radica en un trozo de carne, sino en el alma que la sustenta, en la voz que la anuncia, en el espíritu que la alimenta.
La fórmula es, pues, bien sencilla.
Todo consiste en hacer callar al mensajero.
Si España no se menta, España no existe.
Si la injusticia no se ve, ¿quién la recuerda?
Pero nosotros, los que no sabemos ni podemos callar, aún tenemos la voz, aún tenemos la palabra.
Aprovechemos mientras podamos, porque, en breve tiempo, seguro, aquéllos, los mismos que los de ahora, los de aquí y los de allá, los hijos putativos del Sistema, no tendrán más remedio que acallarnos.
¡Pobre pueblo español!
¡Nunca escarmentarás!
A pesar de haber visto la sangre de nuestros hermanos derramadas por las calles de España, a pesar de ello, volvemos a jugar con el pasado, con el presente, con el futuro.
Me gustaría saber ponerme una venda en los ojos para no ver lo que se avecina, para no ver a nuestros hijos suplicarnos un mendrugo de pan…para no ver nuestras viviendas en manos del Capital….para no ver vacuos nuestros puestos de trabajo….
Pero, me temo, que llego tarde.
Se que el principio del fin ya ha comenzado.
Se que pronto vendrán las lamentaciones.
Se que de poco vale alzar nuestra voz si, al final, vais a seguir haciendo oídos sordos a la realidad que es y se avecina.
Tal vez sea necesario que llegue para, con el sufrimiento, retornar a una nítida visión de la realidad y de su solución.
Mientras tanto, no cejaremos en molestar con nuestras palabras, con nuestros gestos, con nuestras lenguas….hasta llegar el día en que con un tiro de gracia nos quiten la vida.
Sólo espero que, al menos, uno de los nuestros, de los que aún creen en mundo mejor, quede en pie para continuar la lucha.
A José Antonio Primo de Rivera, vilmente asesinado por los que, más que razonar, sólo saben odiar.
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