AQUÍ NO HAY NEUTRALIDAD

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viernes, 10 de octubre de 2008

EL BIDÉ



No seré yo quien contradiga a los historiadores, aquéllos que afirman que este aparatito, el bidé, fue inventado por los franceses, allá por el siglo XVIII, es decir, en la época de María Castaña.
Sin embargo, me extraña mucho que así hubiere sido teniendo en cuenta que aquéllos, los gabachos, y no sólo por aquella época, siempre han tenido fama de “cochons” o, si se prefiere, por aquello de la diplomacia, de poco lustrosos.
Bien es cierto que el inventito de marras, ése que aún hoy campea a sus anchas por nuestros, cada vez más reducidos, cuartos de baño, tenía una noble tarea cual era honrar o ennoblecer a las partes más innobles de la anatomía masculina y femenina, cuando, por entonces, y aún ahora, la promiscuidad, que no la higiene, y no me refiero sólo a la mental, era regla general a la excepción moral de la misma.
Pero, en fin, sea cual fuese mi opinión sobre los gabachos, lo cierto es que existen datos documentales que lo avalan, con lo cual, doy por zanjada cualquier discusión bizantina, hecho, por lo demás, que no he pretendido nunca incoar.
Pero lo cierto es que el aparatito viene hoy a colación porque, precisamente, tenía y tiene la muy linajuda finalidad de limpiar las suciedades que los guarros, quedamente, por la puerta de atrás, e, incluso, por delante, cometían sin ningún cargo y/o conciencia moral.
Ayer, entonces, como hoy, unos y otras, otras y unos e, incluso, por qué no decirlo, los del género neutro, que siempre los ha habido y, seguramente, los habrá, en silencio, como las hemorroides, pretendían limpiar sus más innobles partes, incluso aquéllas de obligado cumplimiento, ya por cansancio, ya por prescripción médica.
Es por ello que el bidé, más que por su función, tal vez por su posición, ha sido uno de los instrumentos que más han procurado y conseguido, de hecho, la igualdad de las clases, sin necesidad, como pretendía un tal Marx (Carlitos), de luchar enconadamente (con perdón por el símil) entre sí.
A estas alturas, cuando su uso y posición ya se ha generalizado, hasta el punto que, incluso, en la misma Moncloa o en la Zarzuela, seguro que hay más de uno, sin que ello implique necesariamente su obligado uso, es cuando el triunfo político-social de tal invento ha alcanzado el cenit de su conquista.
No obstante, y curiosamente, cuanto más perturbada, oscura u obscena es la moral imperante, ya sea política, económica o social, a nadie se le ocurre aconsejar al autor de cualquier desaguisado o falta de oportunidad la sana y muy recomendable visita a tan lustroso, aunque incómodo, utensilio.
Porque, ¿acaso alguien duda a estas alturas que la solución a todos o casi todos los males que venimos sufriendo como consecuencia de la ineptitud manifiesta de nuestra clase política dirigente no debería pasar por una profunda limpieza de bajos, incluso de lo más oculto de sus conciencias?
Pero es inútil predicar en el desierto, sobre todo cuando es el mismo populacho el que disfruta de la opacidad malintencionada, aunque, mayoritariamente, aceptada, no se si voluntariamente o no.
Cuando hoy muchos pretenden hurgar en la herida del pasado, bajo la excusa de no se qué justicia, por aquello, según dicen, de no repetir la historia, más que limpiar la conciencia lo que pretenden, como siempre han pretendido, es buscar cualquier excusa para no limpiarse sus partes más innobles en el bidé de la razón.
Cuando se abren fosas, cuando se condena a los muertos sin el más mínimo atisbo de contradicción o defensa, lo que se pretende no es hacer justicia, sino condenar a la mitad de nuestros ancestros sin tan siquiera permitirnos alzar la voz para salvar su memoria, razón u honor.
Si en vez de abrir impunemente la herida de la historia, los de hoy, los de entonces, los de siempre, se sentasen a reflexionar, aunque fuese encima de un bidé, tal vez, aunque fuese por efecto de la natural erosión acuífera, sus más innobles intenciones tuvieren un efecto purificador y mirasen a ambos lados, por aquello de que todos tenemos mierda que ocultar.
Pero poco se puede pedir o esperar de aquéllos que van de demócratas e independientes pero ha tiempo que se les ha visto el plumero (con perdón).
De sepulcros blanqueados se les calificó hace dos mil años y hoy, como entonces, a los hipócritas, se les puede llamar cobardes porque sólo son capaces de hablar cuando tienen la espalda bien cubierta.
Pero yo, como ustedes, como todos, sabemos que, al final, a la hora de sacar a relucir nuestras innumerables vergüenzas, en poco nos diferenciamos, tal vez, únicamente, en que los que hoy callamos, algún día, diremos la última palabra.

“Pax vobis cum”


Francisco Pena

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