AQUÍ NO HAY NEUTRALIDAD

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martes, 4 de enero de 2011

LA TEORÍA DEL BIEN NACIDO



Resulta sorprendente, sobre todo para los que ya rozamos inexorablemente la cincuentena, la velocidad con la que el tiempo pasa.
Parece que fue ayer y, sin embargo, apenas han pasado setenta años desde aquel funesto programa, al que ulteriormente se denominó “Aktion T4”, y que pretendió acabar con toda una generación de desdichados, cuando no tarados.
Resulta así curioso que, a pesar de los continuos dislates y trifulcas, al final, tanto unos como otros, liberales como progresistas, al final, repito, todos acaban confluyendo en un mismo punto, cual es el generoso deseo de promover e, incluso, financiar el “buen nacer”.
Teoría, no obstante, bien loable, solapada bajo viejos axiomas y términos un tanto oscuros para nuestra época y, sobre todo, para la palmaria incapacidad intelectual de la generalidad no pensante, y que alcanza su cénit “pseudocientíficointelectual” en la síntesis terminológica que aporta la tan manida palabra “eugenesia”.
Por si algunos no lo saben o, tal vez, siendo un poco generoso, no lo recuerden, tan célebre término bebe de las fuentes etimológicas griegas, que la bautizan con la expresión “buen origen” o, si se prefiere, “buen nacimiento”, y que no es más que el epílogo que se utilizaba y aún se utiliza para englobar a toda una filosofía o pensamiento que tiene por método “la aplicación de las leyes biológico-genéticas” para conseguir la finalidad última, cual es “el perfeccionamiento de la especie humana”.
O dicho de otro modo: para una “minoría mayoritaria biempensante” y, supuestamente, “perfecta”, cualquier imperfección o supuesta imperfección humana debe ser erradicada so pena de ser un estorbo para el sacrosanto ejercicio de los muy democráticos derechos individuales y/o colectivos, o tal vez sería más imprudente afirmar, garantizar el pretendido, “bienquerido” y silencioso genocidio de los que no tienen voz ni voto
Si bien es justo reconocer que las técnicas de entonces difieren en gran medida de las actualmente utilizadas, sin embargo los motivos últimos sobre los que se sustenta esta filosofía vienen a ser sustancialmente los mismos; a saber: “solucionar” el problema que plantean los enfermos incurables; plantear “alternativas” al nacimiento de niños con taras hereditarias; “disminuir”, “en la medida de lo posible”, la aparición de enfermedades psíquicas o físicas que conlleven cargas para la sociedad; utilización de métodos físicos o químicos de castración de determinados tipos de delincuentes y, en último término, buscar “alternativas” a la ingente cantidad de personas, ancianas o no, consideradas “improductivas”.
A muchos podrá parecerles que cuando hacemos reseña de tales métodos y fines, nos estamos retrotrayendo a los años de apogeo del régimen nacionalsocialista, en el que su ulteriormente famoso y ya mentado proyecto “Aktion T”, era ejecutado con total impunidad ante la supuesta incapacidad opositora de las potencias “democráticas”.
Pero me temo, para disgusto de muchos, que tal conclusión no es del todo cierta.
De hecho, años antes del advenimiento del nacionalsocialismo, ya el Santo Padre, Pío XI, condenó enérgicamente las esterilizaciones y leyes eugenésicas aprobadas y ejecutadas en y por Estados tan “democráticos” como Dinamarca, Suecia o Noruega.
Tales legislaciones y prácticas, lejos de limitarse a dichos países nórdicos, fueron consecuencia de la “doctrina eugenésica internacional”, ya imperante y de plena aplicación en países como Estados Unidos, Australia, Reino Unido, Francia, Finlandia, Estonia, Islandia o Suiza, países que gozaban ya por entonces de una supuesta “madurez democrática”.
Así, pese a lo que muchos, por lo tanto, pudieren llegar a pensar o desear, el proyecto nacionalsocialista que, al menos en principio sólo fue aplicado a ciudadanos alemanes, sólo supuso un paso más en las atrocidades previa y paralelamente ejecutadas por las llamadas naciones libres, cuya única diferencia radicaba en su, tal vez, apoyo internacional, frente al ostracismo y oscurantismo al que se sometió al régimen de Adolfo Hitler.
Pero como suele pasar en la experiencia humana, lejos de aprender a no incurrir en los mismos errores, por el contrario, los incrementamos y si en algo se distinguen las generaciones actuales, más que en la “buena intención”, que no deja de ser la misma, es en la búsqueda y logros de métodos más sofisticados que en cierta medida tranquilicen las conciencias de los actores y/o de los meros espectadores.
Así, ahora ya no es menester forzar la práctica del aborto, simplemente se facilitan los medios y se convence muy sutilmente al destinatario del mensaje de que aquél es un “mal menor”: curiosa paradoja si no fuera porque uno de los contrasentidos es calificar como menor el asesinato de un inocente.
A otros, los cooperadores necesarios, más bien coautores, se les “anima”, bien mediante sustanciosas subvenciones públicas, bien otorgándoles “patente de corso” para ejercitar, sin ningún tipo de interferencia, cualquier práctica, digamos, poco menos que habitual.
Y por si tales actividades no fueren suficientes para los fines previstos y deseados, y con el fin de evitar “trámites burocráticos”, se ordena la expedición libre y sin receta de ciertos medicamentos que, aunque no son ciertamente anticonceptivos, al menos, en apariencia, se les otorga tal calificación.
Y para evitar “males mayores”, se aconseja hipócritamente su uso “moderado”, pues no vaya a ser que se descubra el tinglado y, de paso, para evitar conflictos, se priva provisionalmente a los progenitores de la patria potestad, otorgando “de facto”, aunque sea sólo por unas horas, una supuesta capacidad de obrar a aquél o aquélla que hasta no ha mucho todavía estaba jugando con ositos de peluche.
Y como lo que se trata es salvarse de la quema, al final la clase política es la que se exime de toda responsabilidad pública o privada.
Se trata, en definitiva, de abrir la mano pero, en apariencia, no constreñir.
Nadie, en resumen, está obligado, simplemente se deja a su arbitrio la decisión última de jugar con la vida ajena....o incluso propia.
Y así, solapando bajo la apariencia de decoro, eso que han venido a denominar “muerte digna”, ya que parece ser que la vida no lo es, convencen a unos y a otros que, antes que ver sufrir al prójimo y, de paso, gastar “inútilmente” recursos, es mejor darles un pasaje para la otra vida y, de paso, nos tomamos una copa a su salud.
Y algunos, incautos ellos, dejan en manos expertas e inexpertas la “sabia” decisión sobre su futuro ignorando que en el trasfondo de la mentira se posa el egoísmo como verdad.
Y así, nos encontramos con la paradoja de que, mientras que a un “moribundo” (curioso término si tenemos en cuenta que debería ser la antesala de una muerte digna) se le despide con todos los honores y beneplácitos, a otros, por el contrario, por el simple desatino de querer ponerse una soga al cuello o lanzarse desde un octavo piso, en vez de optar por una pacífica inyección letal, se le pretende convencer de que la vida vale la pena vivirla, a pesar de que aquél ya esté hasta los mismísimos de “gozarla”.
Curiosa, pues, tabla de medir que esta nuestra progresía relativista detenta, al igual que cuando no le duelen prendas mendigar por un euro a favor de los desnutridos de África y no obstante quiere erradicar su pobreza sesgándoles el cuello antes de que vean la luz de este cochino mundo.
O bien, por qué no, cuando promueven calendarios solidarios a favor de los dementes y limitados, pero garantizan su no proliferación a base de “diagnósticos prenatales”.
Pero señores, este es el precio de la tesis relativista, en la que el bien y el mal depende, no de criterios objetivos, sino de la época en la que se viva.
Curiosa paradoja, ciertamente, porque al final, al igual que decía mi muy admirado Gardel, veinte años no es nada, ni setenta, ni cien, porque los buitres, al igual que las moscas, fuesen de uno u otro signo, aunque siempre, curiosamente, con la patente socialista, sea obrera o nacional, tienden por condición natural a la mierda.
Y así se instala, señores, la famosa teoría del “bien nacido”, aquél que es más afortunado, no por nacer en buena cuna, sino simplemente por haber caído del lado derecho o izquierdo del azar.

1 comentario:

Antonio dijo...

Suecia todavía está pagando indemnizaciones a las miles de personas esterilizadas hasta los años 70 (década en que la democrática Suiza aprobó el voto femenino). Las ley eugenésica fue promovida en los años 30 por los socialdemócratas e incluía criterios raciales.