Nada mejor para empezar, que tomar como referencia el clásico argot taurino que distingue de manera diáfana lo que ha de entenderse por temeroso frente a temerario.
Y como casi siempre la virtud está en el término medio, y como los que me conocen saben que de lo primero tengo más bien poco, para no pecar de temerario tendré en consideración las sabias palabras del maestro Pedro (que no Curro) Romero que afirmaba que el honor de un torero estaba en no huir delante de un toro cuando se tenía espada y muleta en la mano.
Y aunque no tengo espada, me permitiré tomar con la izquierda (por lo del pase natural) la muleta, y con identidad fonética, aquella que ostentan en exclusividad las palabras polisémicas, tomar como punto de apoyo o sostén las casi siempre sabias palabras que, en su día, pronunció José Antonio al referirse al tema que hoy nos trae a colación: “Los hombres del 14 de abril tienen en la Historia la responsabilidad terrible de haber defraudado otra vez la revolución española. Los hombres del 14 de abril no hicieron lo que el 14 de abril prometía, y por eso ya empiezan a desplegarse frente a ellos, frente a su obra, frente al sentido prometedor de su fecha inicial, las fuerzas antiguas. Y aquí sí que me parece que entro en un terreno en que todo vuestro silencio y toda vuestra exactitud para entender van a ser escasos. Dos órdenes de fuerza se movilizan contra el sentido revolucionario frustrado el 14 de abril: las fuerzas monárquicas y las derechas afectas al régimen. Fijaos en que ante el problema de la Monarquía, nosotros no podemos dejamos arrastrar un instante ni por la nostalgia ni por el rencor. Nosotros tenemos que colocamos ante ese problema de la Monarquía con el rigor implacable de quienes asisten a un espectáculo decisivo en el curso de los días que componen la Historia. Nosotros únicamente tenemos que considerar esto: ¿Cayó la Monarquía española, la antigua, la gloriosa Monarquía española, porque había concluido su ciclo, porque había terminado su misión, o ha sido arrojada la Monarquía española cuando aún conservaba su fecundidad para el futuro? Esto es lo que nosotros tenemos que pensar, y sólo así entendemos que puede resolverse el problema de la Monarquía de una manera inteligente.
Pues bien: nosotros — ya me habéis oído desde el principio — , nosotros entendemos, sin sombra de irreverencia, sin sombra de rencor, sin sombra de antipatía, muchos incluso con mil motivos sentimentales de afecto; nosotros entendemos que la Monarquía española cumplió su ciclo, se quedó sin sustancia y se desprendió, como cáscara muerta, el 14 de abril de 1931. Nosotros hacemos constar su caída con toda la emoción que merece y tenemos sumo respeto para los partidos monárquicos que, creyéndola aún con capacidad de futuro, lanzan a las gentes a su reconquista; pero nosotros, aunque nos pese, aunque se alcen dentro de algunos reservas sentimentales o nostalgias respetables, no podemos lanzar el ímpetu fresco de la juventud que nos sigue para el recobro de una institución que reputamos gloriosamente fenecida….”
O dicho en el idioma actual, ése que aún entienden unos 3.000 españoles: la dicotomía entre uno y otro régimen no es más que un juego de palabras que esconden el sustrato de lo que realmente importa.
Si el medio sirve para alcanzar el fin, bienvenido sea.
Si, por el contrario, lo impide, no quedará más remedio que eliminarlo.
Hoy la monarquía, al igual que los cantos de sirena a favor de la IIIª República, no son más que la mordaza que se pretende imponer al pueblo español para que no hable, no oiga y no piense.
Lo más eficaz, y los nazis y marxistas de eso sabían mucho, es crear en el pueblo la ilusión de que se gobierna a sí mismo, y mientras que el pueblo se crea la mentira, todo irá viento en popa...para los políticos, claro.
Mientras que unos y otros, derecha e izquierda, se blindan económica, política y jurídicamente, como si tuviesen miedo a que el pueblo, por aquello de que nunca se sabe, algún día se arme de impaciencia y eche por tierra los chiringuitos que, con ardua prontitud, se han procurado a lo largo de los últimos lustros, el pueblo sigue pendiente de los devaneos de la intelectualidad televisiva, que si bien no instruye, al menos dispersa, que es de lo que se trata.
Y si estás ya cansado, pues venga una pequeña dosis de intelectualidad republicana, ésa que nos aportan tan doctamente los sabios del régimen, en este caso con clara sinonimia de listillos, que de vez en cuando nos recuerdan que si algo no nos gusta, basta con retomar el glorioso pasado de la sacrosanta IIª República.
La cuestión es distraer, idealizar y, si es menester, crear mitos que, al fin y al cabo, son la mamadera sobre la que se sustentan las pueriles imágenes de la felicidad.
Y mientras que vamos tirando de la zanahoria, el pueblo seguirá como perrito faldero del lameculos de turno que nos ha tocado en suerte, sea éste u otro, del género femenino, masculino o neutro (que llegará), el caso es que aquél, el pueblo, no separe la vista del objetivo, porque de lo contrario podrían ver lo inadecuado y llegar a pensar más de la cuenta, si es que todavía quedaren neuronas para semejante y costoso menester.
Yo que hace tiempo ya he abandonado los serviles argumentos de unos y otros, que incluso llegué a repudiar cualquiera de ellos, no puedo por menos que sorprenderme que todavía haya gente que aún crea que detrás de la puerta está el paraíso.
Mientras que unos recogen los despojos que dejan otros, y otros abandonan la mierda que anhelan unos, yo prefiero congratularme en la imbecilidad que otros y unos reflejan en sus rostros huraños, que más que el reflejo de una ilusión perdida, son el espejo de una burla retomada.
Porque, estimados amigos, volvemos y volveremos a lo mismo, porque lo mismo es lo que los de siempre quieren.
Nada es nuevo bajo el sol, ni siquiera la ambición de volver a retornar al adusto pasado, aun a costa de traicionar nuestras propias convicciones.
Y entre tanto, el viejo refranero político español: ¿Monarquía o República?
Pues si he de ser sincero, ninguna de las dos, sino más bien todo lo contrario.