Don Marcelino Camacho pudo haber sido cualquier cosa, pero nunca fundó "Comisiones Obreras".
Para entender qué fueron las "comisiones obreras", sin mayúsculas, hay que remontarse a tiempos bastante revueltos de la España de los años sesenta.
Sobre todo en las Vascongadas y Asturias, por aquella época, había gran exaltación obrera, contínuas huelgas, con la consiguiente alteración del orden público y social.
Con objeto de solucionar los conflictos y reinvindicar sus derechos, los trabajadores, en su inmensa mayoría miembros de la HOAC (Hermandad de Obreros de Acción Católica) y las JOC (Juventudes Obreras Cristianas), sin que ello obstase la presencia de miembros del PCE, que habían recibido la orden expresa de Moscú de infiltrarse no sólo en los sindicatos verticales del régimen, tanto de Franco como de Salazar, sino, incluso, en sindicatos independientes, se reunían o constituían las llamadas "comisiones obreras", al margen de la representación sindical oficial del régimen,
Y de ahí, precisamente, viene el nombre.
Fruto, no obstante de la infiltración progresiva de miembros del PCE, siguiendo órdenes y a sueldo de Moscú, la unidad obrera, hasta entonces triunfante, se convirtió, progresivamente, en un germen político, más que sindical, olvidándose de la lucha obrera, para dar el salto a la lucha política, que era más rentable para el PCE y ciertos miembros del PSOE (por entonces, digan lo que digan, prácticamente inexistente).
Poco a poco, dado el prestigio sindical de las "comisiones obreras" (no las comunistas), en Madrid comienza a tener gran influencia la permanente del sector del metal, entre los que se incluyen notables miembros del PCE, tales como Ariza y Camacho, y en dónde predominan, al menos en principio, destacados miembros revolucionarios del, entonces, oficialista FST.
Y es en esta coyuntura cuando el PCE, viendo el prestigio que habían alcanzado las “comisiones obreras”, acabó quedándose con ellas, olvidándose del objetivo ya en aquella época inviable, de heredar en bloque los sindicatos verticales de Solís.
Para entender qué fueron las "comisiones obreras", sin mayúsculas, hay que remontarse a tiempos bastante revueltos de la España de los años sesenta.
Sobre todo en las Vascongadas y Asturias, por aquella época, había gran exaltación obrera, contínuas huelgas, con la consiguiente alteración del orden público y social.
Con objeto de solucionar los conflictos y reinvindicar sus derechos, los trabajadores, en su inmensa mayoría miembros de la HOAC (Hermandad de Obreros de Acción Católica) y las JOC (Juventudes Obreras Cristianas), sin que ello obstase la presencia de miembros del PCE, que habían recibido la orden expresa de Moscú de infiltrarse no sólo en los sindicatos verticales del régimen, tanto de Franco como de Salazar, sino, incluso, en sindicatos independientes, se reunían o constituían las llamadas "comisiones obreras", al margen de la representación sindical oficial del régimen,
Y de ahí, precisamente, viene el nombre.
Fruto, no obstante de la infiltración progresiva de miembros del PCE, siguiendo órdenes y a sueldo de Moscú, la unidad obrera, hasta entonces triunfante, se convirtió, progresivamente, en un germen político, más que sindical, olvidándose de la lucha obrera, para dar el salto a la lucha política, que era más rentable para el PCE y ciertos miembros del PSOE (por entonces, digan lo que digan, prácticamente inexistente).
Poco a poco, dado el prestigio sindical de las "comisiones obreras" (no las comunistas), en Madrid comienza a tener gran influencia la permanente del sector del metal, entre los que se incluyen notables miembros del PCE, tales como Ariza y Camacho, y en dónde predominan, al menos en principio, destacados miembros revolucionarios del, entonces, oficialista FST.
Y es en esta coyuntura cuando el PCE, viendo el prestigio que habían alcanzado las “comisiones obreras”, acabó quedándose con ellas, olvidándose del objetivo ya en aquella época inviable, de heredar en bloque los sindicatos verticales de Solís.
Por cierto, entre los insignes consituyentes o autores germinales de las llamadas "comisiones obreras", estaban conspicuos sindicalistas de la época, como lo fue el falangista Ceferino Maestú.
Al César, pues, lo que es del César.
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